CAPÍTULO 23

512 77 9
                                    

El suave ronroneo del motor de un auto me despertó, al igual que la vibración.

Mis ojos se sentían pesados al abrirlos. Estaba en una carretera, dentro del auto de Alan. El paisaje pasaba con rapidez al otro lado de la ventana, una musiquita suave sonaba por los altavoces del auto.

Me restregué los ojos, sentándome bien. El cinturón de seguridad impidió que mi cuerpo se fuera más hacia el frente.

—Oh, ya despertaste. —A mi lado Alan manejaba. La alianza resplandecía en su dedo maniobraba en el volante. Carraspeé, analizando todo a mi alrededor.

—¿Dónde estamos? ¿Qué pasó? —Su mano derecha fue a parar a mi pierna. Apretó y dejó su piel contra la tela del jean que cubría mis piernas.

—Camino a casa, te quedaste dormida mientras te hablaba, pero creo que ya me costumbré a eso.

—¿Dónde está Serene? —Mi pregunta le hizo fruncir el ceño.

—No lo sé, ¿por qué preguntas por ella ahora? —¿Estaba soñando? ¿El Alan que veía no era de verdad? ¿O era al contrario? Abrí mi boca, pero nada salió de ella—. ¿Estás bien?

Asentí.

—Eso creo. ¿Dónde están todos? ¿Qué pasó con los vampiros, con... todo? —pregunté en voz baja, débil. Alan me dio otra mirada, aun su ceño fruncido.

—Creo que has tenido un sueño muy vívido, amor. Estamos camino a casa, luego de nuestra escapada, sin vampiros, sin Serene, solo tú y yo.

—Pero... —Suspiró e hizo algo muy propio de él: aparcó a un lado de la carretera para poder darme su completa atención. Tomó mi rostro entre sus manos, asegurándose de que lo mirara.

—Abril, todo está bien, solo relájate un poco, dale tiempo a tu cerebro para que se adapte a la realidad.

Muchas veces en mi vida me sentí como si me estuviera volviendo loca, pero ninguna como esa. Alan me estaba diciendo que las últimas semanas habían sido un sueño, nada más, pero en mi pecho revoloteaba una sensación de indisposición e incredulidad.

Miré a mi alrededor, percatándome del movimiento de los árboles, el piar de los pájaros... la sensación de las manos de Alan en mi rostro.

Sentí unos labios sobre los míos, tibios y conocidos. Cerré los ojos, tranquilizando mi respiración. Seguía confundida, pero si eso era un sueño, prefería vivirlo antes que seguir en la guerra de Serene. Quería tener mi momento con Alan, seguir como si nada hubiera sucedido, como si no tuviera una nueva compañera.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, él lo notó. Limpió debajo de mis ojos, llevándose la humedad entre sus dedos.

—Hey, hermosa ¿Qué pasa?

—Te amo mucho, Alan. Me preocupa el amor tan egoísta que te tengo —dije, pero él no pareció comprender y no tenía por qué hacerlo. Él, el Alan frente a mí, no sabía de la pelea entre las razas, no sabía que estaba siendo egoísta al querer quedarme con él y no salvando a su raza. Prefería estar mil veces con él ahí, solo nosotros dos, aunque el mundo se estuviera acabando.

Sin que él lo esperara, me subí a su regazo, apoyando mi mejilla en su pecho, escuchando su corazón latir en mi oído.

—No me molesta esta demostración de amor, pero me preocupa un poco tu actitud.

—Ya se me pasará, solo déjame disfrutarte.

—Sea lo que sea que hayas soñado, creo que lo agradezco. Me encanta recibir amor de tu parte. —Reí con los ojos cerrados.

Lunas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora