30. Estigma.

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12 de agosto de 2020

Lance.

No me gustaba soñar porque nadie podría asegurarme que no sería una pesadilla o me encontraría en medio de una escena de mi infancia. Mi desconfianza hacia los sueños trascendía hasta el punto que me parecía extraño sentir ilusión por algo. ¿Acaso necesitaba convertir mi vida en un maratón cuya meta debía establecerse lo más pronto posible?

Me costó aprender que los sueños se relacionan a la motivación donde cada persona puede encontrarlos en formas y proporciones diversas. Está bien que me haya tardado en hallar mi motivación, «el gran sueño» del que todos hablan. Quiero perder ese miedo que ha regido casi toda mi vida al ritmo que mi corazón dicte.

Anoche soñé con Joel. Su piel morena, ojos tan oscuros que podrían condenarte al abismo y aquella sonrisa traviesa grabada a fuego en mí. El cielo e infierno colisionándose en una sola persona. El chico con el que creí que me saldría con la mía si nos adorábamos lo suficiente. Todavía conservaba el encendedor que me prestó. Ni siquiera recordaba si me hablaba, pero suponía que era mejor de ese modo. Joel mantenía las cosas bajo control, incluidas sus palabras.

(...)

Octubre, 2016.

—El hockey no es lo tuyo, Lance —comentó Joel mientras abría mi taquilla.

—Ah, ¿tú crees? —observé mi pierna izquierda, la cual apenas había parado de sangrar después de una aparatosa caída en el partido que nos obligaron a jugar durante la clase de educación física. En Winterfield, mi ciudad natal, nevaba la mayor parte del año por lo que los institutos privados decidieron invertir en pistas de hielo para que sus estudiantes se desenvolvieran en competencias nacionales de hockey o patinaje artístico. Desgraciadamente, era un chico, y debía presentarme en encuentros de los que no hallaba sentido. No odiaba el deporte, simplemente no me apasionaba en absoluto.

—¿Te empujó Debrian? —preguntó, dedicándome una mirada que algunas chicas describirían como de ensueño cuando representaba una pesadilla si se lo proponía.

—Fue un accidente —justifiqué a la vez que rogaba que no se hubiera percatado de lo que él había dicho antes de hacerlo: «Tu novio está en la portería, no puede defenderte hoy».

—Jodido imbécil, tal vez no le gustó que le rompiera la nariz a su amigo —se encogió de hombros. Me limité a negar con la cabeza, estuvo a punto de ser expulsado—. Le repetí muchas veces que dejara de intimidarte. Nadie se va a meter contigo siempre que yo esté aquí —cubrí mi rostro con la camisa con la que pretendía vestirme, ocultándole que había logrado que me ruborizara.

—¿Estudiaste para el examen de matemáticas? —cuestioné, apresurándome a huir de una charla que comenzaba a avergonzarme. A Joel no parecía haberle importado.

—Algo así —chasqueó la lengua, aproximándose hacia su casillero, ubicado junto al mío. Tomó el uniforme al mismo tiempo que guardaba su ropa deportiva, quedándose en bóxers. Mis ojos recorrieron lentamente su abdomen, brazos y espalda. Poseía varias cicatrices que reflejaban lo mucho que disfrutaba meterse en peleas—. ¿Me explicarías? Me matarán si repruebo y no quiero darles otro motivo para hacerlo. ¿Lance? ¿Me estás escuchando? —insistió. Al no obtener respuesta, sacudió levemente mi hombro, despertándome de los pensamientos típicos que un adolescente hormonal compartiría con su atractivo mejor amigo, por supuesto que sí.

—Perdóname, está bien. ¿En la biblioteca a la hora del receso mañana? —propuse, recuperando la compostura.

—Tengo entrenamiento los jueves. ¿Qué tal hoy en tu casa? Solo falta la clase de historia.

Esta secuela es un desastre [OCRA #2]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant