35. El desastre que quería.

117 14 41
                                    

Sophie.

Dante me miraba atentamente. Era vergonzoso que me encontrara en tan pobres condiciones, pero estaba hecho. Mis ojos todavía sufrían las consecuencias de las constantes horas de llanto y los consecutivos ciclos de sueños fallidos. Incluso creí que su llamada había sido una alucinación, una pesadilla o justamente aquello que esperaba y no admitía.

—Dios, ¿desde hace cuánto que no te bañas? —Fue lo primero que pronunció, extendiendo una sonrisita provocativa que conocía muy bien. Nunca dejarán de sorprenderme sus meticulosas e imprudentes observaciones, tampoco aquellos toques de descaro que le atraían desde problemas hasta oportunidades que solo ocurrían una vez en la vida. Por ejemplo, ese día en que todo comenzó, cuando abandonó su fingida sonrisa carismática para transformarla en una mueca irónica.

—Hola a ti también, imbécil —respondí, rodando los ojos.

—Sí, yo igual te quiero —rio, evitando que nuestras miradas chocaran—. Lo siento, hola —susurró, transmitiendo incomodidad.

—Para tu información, me bañé ayer —crucé los brazos, actuando indignada.

—¿Hoy no? —alzó una ceja, mofándose.

—Bueno, el día aun no acaba —me encogí de hombros, aguantando la risa. Pese a la tensión que el ambiente desprendía, decidimos bromear un poco—. Como sea, ¿por qué me llamaste? —inquirí, dándole una palmadita al asiento a mi lado. Él parecía dudoso, sin embargo, se acomodó en el sofá conmigo.

—Lance me hizo entrar en razón, me equivoqué. No quiero mentirte, jamás fue mi intención hacerlo. Vine para que aclaremos las cosas —Finalmente detuvo su mirada sobre la mía, sus ojos resplandecían como si quisiera echarse a llorar. En ese momento me percaté que estaba reaccionando a las lágrimas que amenazaban con traicionarme.

—¿O sea que quieres que regresemos? —pregunté, aferrada a una reducida dosis de esperanza.

—No, no me refiero a eso —negó con la cabeza y mordió su labio—. Te debo varias explicaciones, Sophie. En primer lugar, no te engañé. No sé quién sugirió eso.

—Lo sé, me habría dado cuenta —forcé una mueca divertida—. Tú y yo sabemos que te habría partido la cara, por cierto.

—No hubiera merecido otra cosa, estoy de acuerdo. Aunque eres muy despistada, dudo que me descubrieras. Dios, no me gusta este caso hipotético. Como te decía, no te engañé. Mi psicóloga tampoco me sugirió que terminara contigo. Fue una decisión totalmente mía. Lo pensé muchísimo, específicamente durante esas semanas en las que no te mandaba mensajes, no te regresaba las llamadas o cancelaba nuestras citas. Perdóname, fui un cobarde y solo estaba preocupado por mí.

—Está bien, ya pasó —sonreí genuinamente. Era inevitable ya que considero adorable cuando no piensa demasiado lo que está diciendo, además que resultaba un alivio que empezara a sincerarse.

—Quizás, pero te afectó y fue mi culpa, es lo mínimo que puedo ofrecer. También quiero que sepas que no hay ningún problema contigo, sino que quien está siendo una carga para el otro, soy yo —peinó su cabello hacia atrás, gesto que reflejaba su angustia—. Estoy perdido, no sé exactamente lo que quiero, ni siquiera puedo asegurar si mi verdadera personalidad está en la superficie o no. No te puedo ofrecer nada más que disculpas ahora mismo.

—Si somos justos, yo era el desastre entre los dos cuando nos conocimos. Ya sabes, con todos esos problemas de confianza y carencias emocionales que no me dignaba a reconocer. Estuviste ahí en mis peores momentos, soportaste mis actitudes de mierda y me abrazaste antes de que entrara a la oficina de apoyo universitario para solicitar una sesión de terapia. En cambio, yo ni siquiera te preguntaba cómo te iba con tu psicóloga por miedo a incomodarte, no lo sé. Soy una tonta —sostuve mis rodillas, apretándolas con fuerza.

Esta secuela es un desastre [OCRA #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora