34. La chica más amable del mundo.

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Lance quiso sentarse en los columpios, aprovechando que no había niños en el parque, lo cual me parecía normal dado que la mayoría de los residentes del barrio son universitarios. Me extrañaba que ellos no salieran en pleno fin de semana, pero suponía que era debido a que los exámenes parciales se acercaban. Por lo que Sophie me ha contado, la carga académica durante la universidad es aterradora, tendría que asumirlo lo más pronto que pudiera.

—¿Puedes empujarme? —preguntó Lance tímidamente—. Olvídalo, es una tontería —dijo, intentando levantarse.

—Claro que no, vamos —negué con la cabeza, colocándome a sus espaldas. Comencé a impulsarlo, primero con delicadeza y posteriormente aumentando mi fuerza conforme lo pedía. No pude evitar sonreír cuando escuché su melodiosa risa. También gritaba emocionado, demostrando lo mucho que disfrutaba el juego. Me hizo olvidarme de las preocupaciones que empezaban a rondar mi mente, la llegada inminente de la adultez cuando nos graduáramos y tuviéramos que iniciar nuestra etapa universitaria. Quizás, independientemente de la edad que teníamos, podíamos permitirnos este tipo de diversión—. ¡Lance! —lo llamé.

—¿Sí? —inquirió, mirándome por encima del hombro pese a que se movía con bastante velocidad. Sentí como si el tiempo se detuviera por un instante, encontrándome frente a frente con un fragmento de la eternidad que compartiré con Lance. Sus ojos, su sonrisa, sus manos, sus palabras. Cada parte del chico que me gustaba era sencillamente mágica.

—¡Te quiero! —exclamé lo suficientemente alto para que lo oyera. Mi confesión fue impactante para ambos, solamente el hecho que resultara directa e inesperada, porque la información no era nueva. Lance se ruborizó y soltó las cadenas del columpio, cayéndose estrepitosamente en el césped—. ¡Dios! ¿Estás bien? —interrogué, corriendo para ayudarle a incorporarse.

—Me duele un poco la rodilla —contestó, revelando su herida cuyo tamaño era notable—. Caminemos a una farmacia y compremos agua oxigenada, no es nada.

—No, quédate ahí —ordené, evitando que se pusiera en pie. Saqué de mi bolso aquel botiquín que me dio mi madre y procedí a desinfectar la zona que sangraba levemente para después colocarle una gasa—. Creo que esto bastará.

—¿Todavía cargas un botiquín? —preguntó Lance, visiblemente sorprendido.

—Bueno, solía lastimarme con regularidad. Supongo que ahora tiene que ver contigo —me encogí de hombros, mirándole con diversión.

—Lo siento —torció la boca, denotando vergüenza—. No quiero volverme una carga.

—Jamás lo serías. Me preocupo por las personas que me importan —acerqué mi mano a su mejilla, acariciándola con delicadeza. Tuve que contener una sonrisa cuando percibí el calor que desprendía, consecuencia del rubor que incrementaba mientras manteníamos el contacto.

—Entonces el botiquín sirve para ayudar a los demás, no a ti misma. No eres torpe en absoluto, ni siquiera distraída. Siempre estás alerta y tus reacciones son apresuradas, casi como una madre.

—Eh... —carraspeé, debatiéndome si permanecería siendo honesta—. El amor se demuestra mediante actos desinteresados del día a día, ¿no? Me gusta procurar a la gente que quiero, cosas como asegurarme de que estén sanos o que se sienten apreciados. Por ejemplo, hace un año, Tanner tuvo una infección estomacal. Me salté las clases para cuidarlo hasta que mejoró. Nunca ignoraría a alguien que no está bien, especialmente si se trata de mi mejor amigo.

—¿Qué hay de su familia? ¿Por qué lo dejaron solo?

—Habían salido de la ciudad. Teníamos que presentar un examen final de matemáticas así que no los pudo acompañar.

Esta secuela es un desastre [OCRA #2]Where stories live. Discover now