Capítulo 11

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Desperté cuando sentí como una gran cantidad de agua caía sobre mi cara, me levanté con rapidez y miré al culpable, en este caso, a los culpables.

– ¡Os vais a enterar! – grité levantándome de la cama y corriendo tras ellos – mejor me voy a cambiar y luego me ocupo de vosotros.

Cerré la puerta y me cambié, me puse ropa cómoda ya que hoy nos iríamos de playa.

– ¡Buenos días! – dijo Fernando cuando me vio entrar a la cocina.

– Os odio.

– Bueno... – habló Fer con una pequeña sonrisa – parece que a mi hermano no le odias mucho.

Pude sentir como mis mejillas comenzaba a arder, Fernando comenzó a reírse y yo solo le miré mal.

Desayunamos, nos preparamos y fuimos a la playa para coger el mejor sitio que viéramos.

Nos instalamos cerca de las rocas donde ayer habíamos estado Pedri y yo, eso me hizo sonreí inconscientemente.

– ¿Quieres que te eche crema en la espalda? – me preguntó Fer, yo asentí y le pasé el bote.

Me tumbé boca abajo en la toalla, primero tomaría un poco el sol y luego me metería al agua.

Sentí como un brazo me abrazaba, levanté un poco mi cabeza y vi a Pedri con una sonrisa dibujada en sus labios, yo también sonreí y volví a apoyar mi cabeza sobre mis brazos.

(...)

Tras pasar un rato tomando el sol, estábamos preparándonos para entrar al agua.

– ¿Nos metemos de una? – pregunté con una sonrisa.

– ¡Vamos! – gritó Fer cogiendo mi mano y comenzando a correr.

Ambos nos lanzamos al agua, comencé a dar pequeños saltos para evitar tener tanto frío.

– ¡Vamos hermanito! – animó Fer.

Pedri se había quedado en la orilla, abrazado a si mismo mientras negaba con la cabeza.

Me acerqué y comencé a salpicarle, Fernando se puso a mi lado y me ayudó, aunque nos llevamos algunas malas palabras, con eso conseguimos que el canario entrará con nosotros.

Me abracé a él, rodeando su cintura con mis piernas y poniendo mis manos tras su cuello.

– Así no tengo tan frío – sonreí.

Con un rápido movimiento, Pedri me robó un beso, su hermano nos sonreía ampliamente.

– Ya me olía algo – dijo con orgullo – en realidad nos lo oliamos todo el equipo.

– Cállate – dijo Pedri.

– ¡Allí está María! – dijo con alegría – ¡voy a saludarla! – dicho eso comenzó a alejarse.

– ¿Quién es María? – pregunté sin despegar mi mirada de los labios de Pedri.

– Quizás con un beso lo recuerde – susurró con la voz algo ronca.

Sin esperar mucho más, me lancé a sus labios, él me aceptó con gusto, me intenté separar cuando me mordió el labio inferior.

– ¡No! – me quejé poniendo mi mano en mi labio inferior.

Él soltó una pequeña risa, quitó la mano en mi labios y cuando creía que me besaria, volvió a morder mi labio.

– ¡Pedri! – le di un pequeño golpe.

– En realidad te encanta – susurró en mi oído y luego besó mi cuello.

Me aferre a él cuando sentí una ola romper justo detrás de nosotros, comenzamos a reír por la cara de susto que traía el otro.

(...)

Ya había terminado de comer, ahora estábamos jugando a darnos unos pases con un balón que los hermanos habían traído.

– En realidad eres buena – alago Fernando.

– Me encanta ver y jugar fútbol — sonreí – además, suelo jugar con mi padre.

– Pues se te da bastante bien – volvió a alagar Fernando.

– Vas a conseguir que me sonroje – dije con diversión.

– Ese trabajo se lo dejo a mi hermano, seguro que él es capaz de sonrojarte con una sola palabra.

– Deja de hablar – amenace.

Él levantó los brazos en señal de inocencia, yo solo negué con una sonrisa, Fernando era un amor de persona.

Hicimos una competición, quien diese más toques ganaría, obviamente el ganador fue Pedri.

Me enamoraba su forma de jugar fútbol, esa magia única que él solo sabía mostrar.

Cuando nos aburrimos de jugar con el balón, decidimos ir a dar un paseo, de paso compramos un helado.

– ¿Volvemos al agua? – preguntó Pedri.

– ¿Vamos a tener que ayudarte como antes? – preguntó Fer con diversión.

– Seguramente si, para que mentir – dijo él.

Los tres volvimos al agua, esta vez a Pedri le había costado menos, en algunos momentos necesitaba la ayuda de los hermanos para saltar las olas.

– Sólo muy baja para esto – dije ya agotada de todas las olas.

– Ven — dijo Pedri abriendo sus brazos.

Me acerqué a él y le abracé, con su ayuda pude saltar mejor las olas, con su ayuda era mucho más fácil.

(...)

Volvimos a casa realmente cansados, me duche y entré a la habitación de Pedri para poder robarle una camiseta.

Abrí su armario, vi una camiseta completamente negra, la cogí y me la puse, me quedaba un poco por encima de las rodillas.

Me tumbé en su cama y me puse a mirar el móvil, hablé con mi padre durante un buen rato.

– ¿Te lo has pasado bien? – preguntó el canario al salir de baño.

– Me lo he pasado genial – confesé.

– Espera... – dijo mirándome fijamente – ¿esa camiseta no es mía?

– Puede ser que te la haya cogido prestada – sonreí con inocencia.

– Si, sobre todo prestada – rió.

– Si, sabría que tú me la dejarías sin ningún problema – le guiñe un ojo.

– Tendrás cara... – dijo con diversión – ¿piensas dormir conmigo?

– ¿Puedo? – pregunté como una niña.

– Claro, si tú quieres no hay problema ninguno – dijo tumbandose a mi lado.

Apoyé mi cabeza en su pecho, me calmaba escuchar los latidos de su corazón, me hacía sentir como si nada malo me pudiera pasar.

Pedri me brindaba toda la calma que necesitaba, con él me sentía protegida, con él sentía que todo iba a salir bien.

Entre reflexión y el latido del corazón de Pedri, cerré los ojos y pude dormirme en poco tiempo.

[…]

Sempiterno Where stories live. Discover now