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25 de junio de 2021

Aprovechando las semanas libres que la academia me había dado y que Dani todavía no comenzaba los ensayos de su próxima obra, planeamos una escapada rápida al norte del país.

Estábamos en una cabaña cerca de unas montañas, rodeadas de campo y pura y exquisita libertad. La finca a la que pertenecía la cabaña nos dejaba cada día dos caballos a disposición. Teníamos un mapa del lugar y, al parecer, cerca había un gran lago en donde las montañas con los picos llenos de blanca nieve se reflejaban en el agua cristalina. La única entrada era a través de la finca y a caballo, esa era la razón por la que no habíamos ido, a Dani le aterraba subirse a un caballo.

—Podemos ir en el mismo caballo las dos— Le sugerí, ella se negó por tercera vez y supe que debía dejar de insistirle—. ¿Quieres ir a la carretera?— pregunté—, para que me enseñes a conducir— expliqué.

—¿Quieres conducir?— preguntó extrañada.

—Por aquí no anda nunca nadie, creo que puede ser una buena idea saber conducir— dije encogiendo mis hombros.

Ella tomó las llaves del coche y mi mano, ambas salimos de la cabaña y una vez estuvimos en la despejada carretera fui yo quien se puso tras el volante. Las manos me sudaban, aunque sabía conducir hacerlo me daba miedo. Daniela trataba de no demostrarlo, pero podía verla reírse de mí.

—Bien, ahora gira la llave y vas a tener el carro encendido— explicaba. La miré con mis cejas fruncidas y ella no pudo contener la risa.

 —¿Quieres que te cuente un dato curioso?— pregunté y ella asintió divertida, entonces, pausadamente, dije: —ya sé cómo prender un carro— Lo único que logré con aquellas palabras era que ella riera un poco más con cada palabra que salía de mi boca.

—Bien, si sabes andar, enciendelo y anda— Me desafió ella. Sin dudarlo giré la llave y puse el carro en marcha.

Lo estaba haciendo realmente bien, lo podía notar a pesar del sudor en mis manos y la tensión en mis hombros, podía ver lo relajada que se veía Dani en el asiento del copiloto viendo los campos pasar a nuestro lado. Algunos campos estaban llenos de animales, otros, en cambio, tenían diferentes tipos de flora, pero todas las imágenes que veíamos a través de los cristales de las ventanas eran extremadamente agradables.

—¿Podríamos hacer esto más seguido?— preguntó haciendo que me distrajera de mis nervios y de reojear el entorno por el que andábamos lentamente.

—No lo sé, ya me duele el cuello— dije y ella rió suavemente.

—Luego te puedo dar un masaje… en el lago— Sonreí incrédula.

—¿Quieres ir?— Fue imposible disimular mi emoción. Desde que conocí la existencia de aquel lugar había querido ir.

—Tú enfrentas tus miedos, así que yo también— Ella sonrió y yo también. Si no hubiera estado manejando en ese momento, hubiera besado sus labios hasta que el aire dejara de llegar a mis pulmones.

[...]

—¿Estás segura?— Le pregunté a Dani mientras estábamos en el establo esperando a que nos preparen los caballos.

El olor a alfalfa se colaba por mis fosas nasales, el relinquido de los caballos inundaba mis oídos mientras que mis manos solo podían sostener las de Dani, quien miraba fijamente los animales a los cuales íbamos a subirnos para andar por dos kilómetros. 

Mi pregunta pareció no llegar a sus oídos, parecía tan encerrada en su nerviosismo y su miedo que no parecía percibir lo que pasaba a su alrededor además de los caballos.

InmóvilWhere stories live. Discover now