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4 de junio de 2023

—Te escuché hablando con Jason hace unos días… —La sensación de decir en voz alta lo que Poché pretendía hacer era abrumadora, había preferido ocultar tantas veces lo que sentía, que en ese momento, por fin hablando de mis sentimientos, sentí que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco—. Tú le dijiste que… querías ir a Nueva Zelanda para poder… "tener una muerte digna". Eso fue lo que me hizo explotar anoche.

La miré, busqué sus ojos, intenté descifrar qué era lo que pasaba por su cabeza cuando su silencio estaba volviéndome completamente loca. Traté de ser paciente, sabía que el tema del que hablábamos no era fácil, todo lo contrario, era absolutamente difícil, complicado, enredado y demás adjetivos que se me podían cruzar por la cabeza mientras acariciaba a Ramón a la espera de alguna palabra suya que parecía no llegar nunca. Perdí la cuenta de cuánto tiempo esperé antes de volver a pronunciarme con tono desesperado.

—¿Puedes, por favor, decirme algo?

—No sé qué decirte.

—Dime qué piensas, qué sientes… ¿Cómo llegaste a esa decisión? ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Estoy harta, Dani…, lo siento. No soporto no poder hacer nada, no poder tocarte, no poder bailar y, para colmo, ya no puedo controlar las funciones más básicas de mi cuerpo… para mí esto no es vivir.

Podía sentir como mi respiración se aceleraba mientras trataba de mantenerme seria, sin llorar. Comencé a acariciar a Ramón con más entusiasmo, pero mis manos comenzaron a temblar molestando al pequeño cachorro que se alejó de mí.

El corazón comenzaba a latirme con frenesí y lo último que quería hacer era estar allí sentada frente al amor de mi vida sabiendo que, por desgracia y decisión propia, le quedaban pocas semanas de vida.

Era ella quien ahora me miraba esperando que dijera algo, pero yo no sabía qué podía decir, tampoco sabía si podía decirlo, ya que el llanto estaba golpeando la puerta para salir.

—¿Hay algo que pueda hacer para que cambies de opinión? —pregunté, buscando sentir un poco de esperanza. Ella negó con tristeza. Me acerqué a ella apoyando mi cabeza en su pecho y comencé a llorar. No había nada que pudiera consolarme.

Dejé de llorar cuando el dolor de cabeza se volvió insoportable, cuando la garganta estaba tan seca que me incomodaba, y cuando mi corazón pareció liberarse de un poco del dolor que comenzaba a pasar demasiado.

Ella también tenía sus ojos rojos y sus mejillas mojadas. Como una tonta, esos signos, para mí, eran una luz de esperanza a la cual correr e intentar que Poché cambiara de opinión.

Le pedí que me contara cómo quería llevar a cabo su muerte. Me explicó que el novio de Jason la estaba ayudando con todo lo legal, quería que todos sus bienes quedaran a mi nombre, además, no quería dejarme ningún problema legal, por ello, había firmado unos cuantos papeles donde detallaba con exactitud sus deseos, donde decía que estaba en perfecto estado psicológico para tomar esa decisión. Me quedé absorta pensando en si podría ser capaz de verla morir sin que un pedazo de mí se fuera con ella. 

—Necesito dormir —le dije, me comenzaba a doler la cabeza debido a toda la información que estaba recibiendo—, ¿quieres venir conmigo o prefieres que te lleve Jason?

—¿Tú a dónde vas?

—Si no te molesta, me gustaría ir a casa.

—Entonces vamos.

Con la ayuda de Jason salimos de aquel campo, ahora viajaba acompañada de mi amor como estábamos acostumbradas a hacerlo. Los primeros minutos de nuestro viaje habían sido ocupados por el silencio de nuestras bocas y el sonido de las ruedas sobre la carretera, pero, como esperaba, Poché preguntó por mi estancia en casa de Alex.

—Cuando te dije que Alex para mí es como Jason para ti, no mentía —dije tratando de mirarla sin perder de vista la autopista—. Anoche me la encontré por casualidad, yo caminaba sin rumbo y ella me encontró.

Recordar la noche anterior hacía que mis mejillas comenzaran a arder de la vergüenza. Según las premisas que Laura me había dado, los medios estaban sacándole la mayor cantidad de jugo posible a la situación. En ese momento y, tal vez, por muchos días más, era e iba a ser el plato principal de cualquier revista. Era triste admitirlo, pero estaba en una industria en la cual nadie temía ser un buitre, nadie temía ser feroz con alguien que ya estaba débil y dócil, nadie mostraba un poco de empatía por la situación que estaba viviendo, nadie era capaz de ponerse en mis zapatos.

"Son cosas que van a pasar y debes aguantar" me dijo Harry Harrison una de las primeras veces que salí en la portada de una revista por un supuesto engaño a la mujer de mi vida. Yo estaba enojada por lo fácil que era inventar algo tan desagradable por un par de fotos de mala calidad y con ángulos que favorecían a los títulos sensacionalistas. "La prensa amarilla va a sacar provecho de todo lo que pueda" concluyó tratando de terminar con mi berrinche.

—No creo que me engañaras —dijo ella, con tono tranquilizador—, solo pensé que ibas a ser honesta conmigo.

—Sabes que siempre he tenido problemas para ser franca con mis sentimientos más profundos —le dije, para recordarle aquel aspecto de mi persona que aún no sabía cómo mejorar.

—Entonces… ¿qué vamos a hacer? —preguntó ella, y pude percibir cierta incomodidad en su tono.

—¿A qué te refieres?

—A que nos casamos el treinta.

—No lo sé —respondí sabiendo que casarme con ella, por irónico que pareciera, significaba perderla —. ¿Crees que podamos aplazar la boda?, me gustaría pensar algunas cosas.

—Veré que puedo hacer.














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Gracias por leer

InmóvilWhere stories live. Discover now