2. Te amo

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¿Hacer lo que quiero? O, ¿hacer lo que debo?

Cuando el corazón y la cabeza estaban juntos, expectantes a una respuesta y con el tiempo contado, era difícil mantener la mente despejada por siquiera unos segundos. No cuando estaban ambos mirando con preocupación los granos de arena caer del pequeño reloj por el cual dependía mi vida.

'... Aún no se sabe mucho sobre esto, pero según algunos resultado, con la operación corres riesgo de arrancar de raíz los sentimientos... No es una decisión fácil de tomar...'

Para alguien ajeno, la respuesta era más que obvia. Dejaría de amar, pero seguiría viviendo. Aunque una vez te encontrabas en esa situación... Comenzabas a cuestionarte demasiadas cosas. ¿Dejar de amar? ¿Enfrentar el problema? ¿Ignorarlo y ver qué pasa? ¿Desaparecer y dejar que el tiempo haga lo suyo?

─ ¿Señorita Misa?

Los días se iban descartando y estaban todos esperando una respuesta que aún seguía buscando.

─ Señorita Misa.

─ Disculpe, Profesora Midnight. ─ volví a la realidad, poniéndome de pie, debajo de las miradas de mis compañeros expectantes a que dijera algo relacionado al tema de la clase. "Clasificación de funciones Algebraicas" logré leer en la gran pizarra a las espaldas de la profesora con su impecable traje. ─ ¿Podría ir al baño? Es urgente. ─ Aclaré, jugando con mis dedos entrelazados debajo de mi estómago. Midnight sin dudarlo accedió a mi petición y con la cabeza gacha tomé una gran y pesada bocanada de aire al salir del salón de clases.

No hay tiempo.

Caminé en silencio, completamente sumida en mis pensamientos, siendo guiada por la memoria a ciegas entre los corredores hacia un destino el cual no era necesario de momento.

─ No sé a qué hora llegaré hoy. ─ Me detuve en seco al escuchar esa voz. Levantando la mirada me encontré junto a la puerta abierta de la oficina de profesores, según indicaba el cartel a lo alto del marco. ─ Haré lo posible para estar ahí a tiempo para cena, ¿si? No hago patrulla, pero tengo reunión con los maestros.

¿Con quién habla?

Fruncí el ceño ante la pregunta que surgió sin yo quererlo. ¿Por qué he de cuestionar esas cosas repentinamente? No era de mi incumbencia.

No es de mi incumbencia.

Con duda en mi movimientos, me acerqué un poco más hacia el marco de la puerta, no sin antes mirar hacia todos lados para verificar que no había nadie. Estaban todos en clases, así que los pasillos se encontraban más desolados que nunca, no fue hasta ese momento me había dado cuenta de lo grande que el lugar era.

─ Lo haré. Te amo.

Al escuchar esas palabras, mis manos fueron inmediatamente hasta mi boca, ahogando el jadeo que intentó fallidamente escaparse por mis labios.

Te amo.

Te amo.

Te amo.

Te amo.

Te amo.

Al igual como una pista averiada, las palabras que se escucharon tan cerca pero a su vez tan lejos, se repetían sin fin en mi cabeza. Algo se removió en mi estómago. Una sensación tan difícil de explicar en ese momento, algo que jamás experimenté. ¿Disgusto? No... O si. ¿Enojo? Tampoco... ¿o sí?

Mi pecho de oprimió, pero ya fuera de cualquier sentimiento conflictivo. Respirar se hacía más difícil con el pasar de los segundos, hasta el punto que me encontré con mis manos arañando mi garganta y mis ojos desenfocando todo lo que tenía en frente.

Mis piernas, temblorosas, terminaron su camino entre corridas y tropezones hasta que finalmente mis rodillas lograron colapsar con fuerza en el suelo. Levanté la tapa del retrete, llevando mi cabello hacia un lado y apoyando mis codos en los bordes de éste, pero nada sucedía. Nada entraba o salía por mi boca y era tan, tan asfixiante que a ese punto podría golpear o arañar todo lo que me rodeaba. Golpeé con el puño cerrado mi pecho, aún así nada se movía. Las lágrimas quemaban mis ojos y gracias a mi reflejo en el agua debajo de mí, noté mi rostro tomar un tono violáceo.

Mis entrañas me pedían a gritos dejar salir esas mariposas alborotadas de mi estómago, ellas también escucharon las mismas palabras y entraron en desacuerdo de un segundo al otro, aleteando tan, pero tan fuerte que dolía, anhelando salir de mí lo más rápido posible, pero chocando con las mil y un ramas creciendo en mi pecho, acumulándose con asco. Asco de crear algo junto a alguien que no se encontraba solo. ¿Asco? ¿O era pena? Estaban tan avergonzadas que no aguantaron más y dejaron de suspirar conmigo.

Mis dedos entraron a mi boca, yendo hasta lo más profundo de mi garganta hasta sentir los pinchazos que por más que mi toque quería retraerse ante el dolor, era eso o dejar que alguien más me encuentre después de dar mi ultimo suspiro... Si es que llegaba darlo. Mis uñas intentaron engancharse, mis dedos trataron de estirarse y mi mandíbula hacía lo posible para ceder tan sólo un poco más, hasta que por fin pude agarrarla. Se sentía más grande y de a una no salían, sino que los pétalos estaban tan unidos entre ellos que era inútil tirar de a uno, tenía que tomarlo por completo. Con desespero, observando mi saliva teñirse de a poco con un tinte rojizo, mis gritos eran ahogados por la gran flor deslizando sus espinas a lo largo de mi garganta instintivamente cerrada, provocando eso que raspara aún más. Mis pies golpeaban frenéticamente el suelo debajo, y mi cuerpo ya no sabia de qué manera reaccionar, pero sacudirse definitivamente no era la forma, así que sólo temblaba en mi lugar hasta sentir de a poco el oxigeno entrar en mis pulmones y mis ojos visualizando mis dedos con una roja flor mojada, pero mientras tomaba exageradamente bocanadas de aire, todavía seguía tirando el tallo cortando todo a su paso hasta que finalmente, el ardor agudo comenzó a sentirse más fuerte gracias al espacio ya libre.

Ante el alivio, de una vez pude reaccionar y mi cuerpo tenso se relajó lo suficiente para provocar espasmos junto sollozos incontrolables. 

¿Qué sentido tenía confesar algo que ya sabía que no tendría futuro? ¿Cómo siquiera lo pensé por un momento? Todo este tiempo pensando en mí, sin tener en cuenta la realidad de la situación. Yo no tenía mucho por contar, ¿pero él? Miles de historias que alguien como yo no podría ni la mitad. En primer lugar, ¿Qué me hizo pensar que alguien como él saldría con una niña que a penas puede abrirle las puertas al mundo? ¿Qué tipo de reacción esperaba de su parte si llegaba revelarle mi secreto?

¿En qué pensaba?

Estúpida.

Estúpida.

Estúpida.

Estúpida.

Los pinchazos en mi mano me hicieron volver a la realidad, centrando mis ojos en mis manos cerradas fuertemente con la flor entre ellas, haciéndome percatar de lo ruidosa que estaba siendo entre sollozos, jadeos y quejidos. Mi derecha fue hasta mi boca, intentando calmar mis ruidos desesperados incontrolables mientras la izquierda sostuvo la flor roja. Tenía algunas espinas en los bordes de cada pétalo, pero se veían suaves a comparación de los que yacían en su tallo. Era algo tan hermoso pero tan doloroso de sostener o de siquiera observar, sabiendo que era producto de un amor.

Un amor no correspondido.

𝙷𝚊𝚗𝚊𝚑𝚊𝚔𝚒 // Aizawa S. X LectoraWhere stories live. Discover now