29. Sé en dónde está

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Mi cuerpo dio un salto abrupto al escuchar de golpe un fuerte ruido a tan sólo unos pasos de donde me encontraba descansando. No lograba ver con exactitud o distinguir lo que había a unos metros, y la lluvia junto a la oscuridad del callejón siendo iluminado por una tenue luz no ayudaba demasiado.

─ ¿Hola? ─ Dije en voz alta, pero luego de unos segundos no obtuve respuesta alguna. Ha de haber sido el viento tirando algo, pensé. Volví a mi posición sobre un húmedo cartón, teniendo como refugio un pequeño techo improvisado por bolsas de residuo. Abracé mis piernas nuevamente contra mi pecho, cerrando los ojos para tratar de conciliar el sueño, pero era imposible. Hacía mucho frío, mi cuerpo estaba tenso y adolorido de tanto temblar. Todo lo que tenía ya se había mojado, no era buena idea usarlo. El ruido de unas botellas chocando se hizo escuchar por segunda vez e inmediatamente me levanté de mi lugar, tirando con el movimiento mi refugio contra la lluvia. ─ ¿Quién anda ahí? ─ Pregunté con miedo. La gotas del cielo caían más y más fuerte, golpeando contra mi piel de manera que casi dolía. Mis pies se movieron lentamente a las profundidades del callejón, intentando averiguar de dónde provenía el sonido, una parte de mí creí que podría ser un animal callejero en problemas y necesitaba salvarlo, protegerlo de la tormenta y sus sombras tenebrosas que acechaban con cada relámpago que iluminaba el oscuro cielo. Un chillido escapó por entre mis labios y mi espalda golpeó de inmediato contra la pared de ladrillo cuando un fuerte golpe proveniente del contenedor de basura por el que estaba pasando recreó su aparición. Fue un sonido tan fuerte que me hizo descartar la idea de que sea un gatito, o siguiera un perrito extraviado. Miré a ambos lados del estrecho pabellón, no había nadie, éramos yo y la noche entre medio de bolsas rotas de basura. Caminé con suma lentitud y cuidado, respirando entrecortadamente, parpadeando repetidas veces para alejar las gotas de agua que obstruían mi visión. Mis manos se levantaron, temblorosas, haciendo su camino hasta la puerta de metal del contenedor. Inhalé profundamente, armándome valor y preparándome para lo que fuera que se encuentre allí dentro. La abrí con rapidez, soltando un grito en el proceso por algo que siquiera había visto, simplemente grité, como si eso de algún modo iba a ayudar en la situación, y él gritó conmigo. Mi voz se silenció de inmediato. No era un animal, al contrario. Su cabello celeste claro estaba largo hasta sus orejas, pegado a su pálido rostro de lo mojado que estaba al igual que su ropa. Un gran destello iluminó el cielo por unos segundo, los cuales sin pensarlo ni un segundo me impulsaron a saltar dentro del contenedor y mis manos llegaron a tiempo a atapar mis oídos antes de que el sonido del relámpago retumbara dentro del pequeño nuevo refugio. Levanté la mirada cuando sentí que había cesado y entrecerré los ojos para ver más allá de la oscuridad. Lo vi, gracias a los agujeros que filtraban gotas y pequeñas líneas de luces de los faros en las compuertas sobre nuestras cabezas. Estaba en una de las esquinas, acurrucado. ─ ¿Qué haces aquí? ─ Le pregunté al niño quien parecía de mi edad, no más de seis. No obtuve respuesta, no más que un quejido por lo bajo. ─ ¿Sabes hablar? ─ Inquirí en mi inocencia. Tal vez no lograba escucharme bien por la fuerte lluvia golpeando contra el metal. Hice mi amago para acercarme, pero el niño negó con la cabeza rápidamente.

─ ¡No te acerques! ─ Gritó a todo pulmón, causado que mis manos taparan mi orejas nuevamente.

─ ¡Si sabes hablar, entonces contesta! ─ Respondí con toda la actitud, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño. Negó con la cabeza otra vez, llevando sus manos a su cuello para rascarse la piel furtivamente. Lograba notar una pequeña mueca de dolor en su rostro, como si tal acto lo lastimaba en vez de aliviarlo. Mi expresión se suavizó de inmediato. ─ Hey, ¿estás bien? ─ La preocupación se hizo notar en mi voz, teniendo la intención de volver a acercarme, pero su cuerpo acurrucándose me detuvo de cualquier movimiento. ─ ¿Por qué no quieres que me acerque? No te haré daño, ¡lo prometo! ─ Juré levantando una mano y la otra llevándola a mi corazón, pero el niño simplemente negó con la cabeza. Mis comisuras bajaron, decepcionándome por su respuesta. ─ ¿Por qué no puedo? ─ Pareció dudarlo un poco, amagando en dejar su cuello por un momento, aunque a su vez se veía asustado ante la situación. Finalmente, luego de unos segundos en silencio, su pequeño brazo se esturó hasta una de las latas vacías a su alcance entre toda la basura que nos rodeaba. Sus dedos, temblorosos, tocaron uno por uno el metal, siendo el meñique el último y el causante de que en cuestión de un parpadeo, lo que era antes un contenedor de frutas, se convirtiera en cenizas frente a mis propios ojos.

𝙷𝚊𝚗𝚊𝚑𝚊𝚔𝚒 // Aizawa S. X LectoraWhere stories live. Discover now