Capítulo 2: Insurrección

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“No hay nada que incrementemás la lujuria que lo prohibido

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“No hay nada que incremente
más la lujuria que lo prohibido.”

Iryna permaneció inmóvil, observando cómo los ojos de Vaas Boncraft la miraban mientras el hombre besaba su mano con elegancia. Si aquel caballero no aceptaba entrevistas, ni era amigo de los periodistas ni la prensa, ¿por qué invitó a Arvel Fleischer a su mansión sabiendo a qué se dedicaba? Por más que lo pensaba, más le desconcertaba. ¿Dónde se suponía que estaba entonces Arvel? No quería imaginar toda clase de escenarios horrorosos. Tenía que juzgar por sí misma qué estaba sucediendo en la mansión y, sobre todo, qué clase de juegos empleaban el Club de los Aristócratas.

—Espero que su estancia acá le resulte agradable —mencionó con cortesía.

Sin duda, era un hombre muy seductor y afable. Todavía le quedaba conocerlo más a fondo.

Unos suaves golpecitos llamaron al despacho, justo después, una señora con uniforme de limpieza se pronunció con una sonrisa. Tenía cabello canoso recogido en un moño, ojos oscuros y rostro fino. La edad ya comenzaba a hacerle estragos a su piel y pequeñas arrugas se pronunciaban en su rostro.

—Buenos días, señor Boncraft —saludó la mujer.

—Buenos días, Lourdes. Guíe a Iryna a su habitación, si es tan amable.

—Por supuesto.

La mujer le hizo un ademán para que Iryna siguiese sus pasos. Antes de irse, Vaas le comentó:

—Reúnase después en el salón principal. Le daremos la bienvenida, aristócrata.

Iryna asintió.

La guío hasta la que sería su nueva habitación. Una vez allí, Iryna inspeccionó el dormitorio con una pizca de maravilla. El estilo barroco junto a una mezcla gótica y ostentosa invadía tanto muebles como decoración. Era preciosa. Jamás había estado en un aposento tan grande. Mucho menos que fuera para ella sola.

—Señorita, ¿posee algún dispositivo electrónico? De ser así, debo confiscarlo —interrogó Lourdes—. Órdenes del señor Boncraft.

—No, no poseo ningún dispositivo electrónico —confesó.

Lo había dejado en su vehículo. Y se arrepentía sobremanera no llevarlo encima. Aún habiéndole dicho que no poseía ningún dispositivo, Lourdes la cacheó palpando su cuerpo por encima de su ropa, buscando algún bulto dudoso. Iryna no opuso queja alguna.

—Muy bien. Vaas la esperará en el salón principal. Baje cuando esté lista. Un gusto conocerla, aristócrata.

—Igualmente —le dedicó una sonrisa amable.

Tantos lujos, tanta afabilidad y cortesía le resultaba muy receloso. ¿Cuál era la trampa? Le estaban brindado una vida que cualquiera querría tener... ¿A cambio de qué? Sin duda, debía averiguarlo. La incertidumbre podía con ella y no iba a quedarse de brazos cruzados.

El Club de los Aristócratas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora