Capítulo 11: Castigo

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“La vida es como la primera partida de Ajedrez; cuando empiezas a entender cómo se mueven las piezas, ya has perdido”

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“La vida es como la primera partida de Ajedrez; cuando empiezas a entender cómo se mueven las piezas, ya has perdido”.

La figura esbelta y corpulenta de Vaas Boncraft se presentó rodeando a Isahia con interés. El inundar de sus pasos cautelosos, pero elegantes, fue lo único que se oía en la inmensa biblioteca. Poseía una sonrisa bañada en suficiencia. Tenía algo en mente que estaba dispuesto a que los demás fueran conocedores de ello.

Iryna pudo notar cierto histerismo en Isahia. Los juegos de vida o muerte del señor Boncraft siempre resultaban, en cierta forma, alarmantes. Sobre todo, si tú eras el jugador. El rubio observó a su superior, intrigado. El segundo posó su antebrazo por los hombros del primero con confianza y jefatura.

—¿Cuánto hace que no te deleitas de mis armoniosos juegos, Isahia? —Formuló Boncraft.

Sabía muy bien cuándo fue la última vez de aquello. Isahia observó a Iryna.

—Desde que perdí contra ella —masculló. Sus ojos pardos se posaron en su rostro.

Iryna trató de no mostrar un ápice de debilidad o desaliento.

—¿Y qué te pasó por perder? —Le recordó.

—Me castigó, amo.

Boncraft sonrió enseñando sus dientes. Luego se cruzó de brazos y ladeó su cabeza.

—Has bajado de nivel —añadió–. Y eso no me está gustando. Necesito que ganes esta vez, Isahia.

—¿Quién será mi rival? —formuló, sugestionado.

El señor Boncraft correspondió la mirada que Iryna le estaba dedicando. La segunda sintió su corazón detenerse en ese preciso instante. No quería jugar contra Isahia. No soportaría verlo morir. No después de lo sucedido con su última compañera.

Notó como sus labios se secaban a causa del desazón. La respiración acelerada le avisaba de que aquella situación no estaba siendo agradable. Cada día le tenía más aversión a Vaas Boncraft y deseaba detener sus malditos juegos macabros.

No obstante, la puerta de la biblioteca se abrió invitando a pasar a Madame Delphine acompañada de Esteban, un joven esbelto, de cabello castaño y ojos oscuros. Los labios del susodicho lucían rosados, manchados de un carmín rojo que Isahia conocía. Este último frunció el ceño.

—¿Esteban? —Lo llamó, dubitativo. A pesar de que tenía dudas, sabía muy bien lo que había hecho.

—Isahia... —pronunció el otro, inquieto. Intentó limpiar sus labios, pero se vio en un propósito inútil que no dio resultado.

El rubio cerró su mano convirtiéndose en un puño cerrado y apretó con vehemencia. Tiempo atrás le había confesado cuánto deseaba probar el carmín de Madame Delphine, cuya mujer era tan sumamente atractiva. El hecho de que su amigo se hubiera adelantado, ocasionó un profundo resquemor.

El Club de los Aristócratas ©Where stories live. Discover now