Un pequeño secreto

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—A estas dos era a las que yo quería ver... ¿por qué demonios tengo que esperar tanto? —una potente voz masculina retumbó en cada pared del gimnasio. El tatami había quedado vacío después de que Connie se enfrentara cuerpo a cuerpo con Jean, y las siguientes eran Annie y Mikasa. Ya se escuchaban algunas risotadas y cuchicheos entre sus compañeros y otros policías militares que conocían la fama de las dos de sobra. Casi todos estaban descamisados y con ropa cómoda, pues hoy no le tocaba patrullar a ese sector. Finalmente el sargento dio un golpe en seco sobre la mesa y todos dieron un respingo guardando silencio y respeto. Mikasa ya estaba haciendo sombras en una parte del tatami, esperando a que Annie se preparara. Y por su parte, la rubia se levantó y se quitó con calma la camiseta, exponiendo su trabajado y fibrado cuerpo enjutado en un top deportivo. Se apretó el moño y salió al tatami. El tiempo no había pasado físicamente para Annie, que seguía midiendo 1,56 cm. Era consciente de que todos a su alrededor habían crecido y hasta Connie había pegado un estirón, ella sin embargo seguía pareciendo una cría de 16 años, a pesar de que su mente tuviera la misma edad que todos los demás. Mikasa se había vuelto muy imponente, midiendo 1,76 m de estatura. Le sacaba nada menos que 20 centímetros. Se preguntó divertida si Ymir hubiera alcanzado tranquilamente el metro ochenta de no haberse dejado devorar por Galliard, siempre había sido la más alta de la promoción.

—¿Estás lista? —preguntó Annie respetuosa, colocándose con la guardia de kick-boxing frente a su compañera. Mikasa sonrió un poco, sentían una gran complicidad con la otra. Cuando el sargento tocó la campana ambas levantaron la guardia firmemente, mirándose con fijeza. Mikasa había tirado al resto de sus compañeros al suelo con extrema facilidad, la rubia la había estudiado bien. Dio un puñetazo y Annie esquivó eficazmente, agachándose a la altura de su cintura y rodeándola con fuerza, haciéndola retroceder tan rápido que por poco la morena casi pierde la estabilidad. Mikasa metió las manos por debajo de los brazos de la rubia y la giró con fuerza, pero notó que aquel par de brazos estaban anclados a su cuerpo como si tuvieran pegamento. Annie ascendió los brazos ahora a la altura del ombligo y apretó con más fuerza su cintura, y haciendo acopio de la fuerza de su lumbar, la alzó en peso y giró en el aire, hasta tirarla bocarriba al suelo. Mikasa rápidamente subió una pierna sobre el costado de Annie viéndose en desventaja y subió la otra al otro lado de su cuello, pero no pudo despegarle de ninguna manera ninguno de los brazos con los que Annie seguía rodeándola. Con una pierna estorbándole en el cuerpo, también uso su dominancia corporal para girarla y lo logró: Annie pensó como una bala y la soltó velozmente, pero a la mínima que la morena se subió encima de ella le dio tal puñetazo en la cara que le giró la cara hacia un costado. Coló un brazo entre las ingles de Mikasa y unió una mano con la otra, girándola en un segundo de nuevo para ser ella quien volvía a ocupar el papel dominante. Mikasa negó con la cabeza y antes de que lograra sentársele encima, la empujó con fuerza y volvió a ponerse en pie, guardando las distancias. Annie se puso en pie de un salto y corrió con una velocidad anormal hacia ella, insertándole una tibia en el costado. La otra apretó el abdomen para que el dolor no fuera tan intenso, pero las tibias de Annie eran como rocas, entrenaba pegando patadas a los árboles.

—¡Vamos, Mikasa! —chilló Jean.

—¡De eso nada! ¡Annie, demuestra lo que sabes! —gritó Armin, animado con la pelea.

La rubia esquivó algunos golpes de Mikasa, pero de repente, ésta puso la mano en el suelo y levantó todo el cuerpo, sacudiendo dos patadas seguidas en el rostro de Annie, que dio un giro de campana y salió volando hacia el extremo del tatami. Los vítores y los aplausos se elevaron más todavía, el sargento estaba muy animado viendo aquel nivel entre las mujeres. Annie escupió saliva a un lado y puso las manos para levantarse; los ojos se le abrieron al sentir que Mikasa le encerraba el cuello con las manos desde atrás, un mataleón perfectamente encadenado. Su mente de guerrera se activó en un segundo y rápidamente clavó su propia barbilla en el cuello, soportando la presión de los duros brazos de Mikasa alrededor de su cuello. Tuvo la minúscula suerte de tener el tiempo para pegar la barbilla, porque si ésta hubiera quedado fuera, con la fuerza de Mikasa el riego sanguíneo se le habría detenido en el acto. Mikasa apretaba los dientes y apretó más, arqueando con fuerza la espalda hacia atrás para ganar más y más fuerza en el mataleón. La presión en la mandíbula de Annie empezó a ser más insoportable y levantó la mano, a punto de palmear para rendirse.

El devastador silencioWhere stories live. Discover now