La mejor noche de mi vida

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—Es la única información que hemos podido recolectar hasta el momento. Nos están poniendo las cosas difíciles. Y ninguno hemos tenido noticias de nuestros topos en esas calles. —Sentenció Mikasa, en la mesa real. Historia había leído y releído todas las actualizaciones de la misión. El tráfico no se había detenido porque mujeres y niñas seguían desapareciendo, y por supuesto, algunas muertes en los bosques y en los caminos más perdidos seguían siendo con munición de la Policía Militar que sólo podía corresponder a armamentística robada o comprada del mercado negro. Así que esas cucarachas seguían haciendo de las suyas.

—Yo puedo adentrarme en la que creemos que es su sede. Participan en apuestas ilegales, puedo presentarme como candidata, hacerme pasar por alguien que necesita dinero —murmuró Leonhart.

Tanto Historia como Levi levantaron el rostro, como si aquello fuera una posibilidad demasiado peligrosa.

—¡Eso es demasiado peligroso, Annie! —exclamó Armin.

—Los topos no hacen bien su trabajo, alguien tiene que mover ficha. —Dijo Annie, ignorando el comentario de su compañero.

—Ninguno cuenta ya con ningún poder de titán. Así que tenemos que barajar bien todas las posibilidades que tenemos. No te lanzaremos a la boca de los lobos sin tener garantías, Annie. —Dijo Historia, aunque la soldado no le respondió nada más.

—Dejar a Annie sola es peligroso. Pero yo podría hacerlo perfectamente. —Dijo Reiner.

—No vales nada tácticamente, y menos a mi lado —farfulló Annie, sin siquiera mirarle.

—Cuando quieras me aceptas la revancha, que te lo tienes muy creído... —Reiner le dio un codazo, pero Annie seguía sin observarle.

—De eso nada. Tú tampoco irás y es mi última palabra —habló Hitch Dreyse, a lo que Reiner tragó saliva.

—Está bien.

—¡Callaos! —dijo Levi, cabreado. Llevó las manos a la mesa. —A ninguno os corresponde decidir quién se sube a la palestra o quién puede o no puede hacerlo. Sois de la Policía Militar y como soldados entrenados y el juramento a Paradis, haréis lo que se os mande, y a callar. ¿He sido lo suficientemente claro? Sea quien sea, hará el trabajo sin rechistar.

—¡Sí, señor! —gritaron al unísono. Levi hizo una reverencia de cabeza a Historia e hizo rodar la silla de ruedas por donde había entrado; tras el beneplácito de su Majestad, todos y cada uno de los soldados hicieron igual. Al salir de la sala de reuniones, algunas de las chicas se fueron al vestuario, acababa de terminar la jornada por hoy. Annie, Mikasa, Hitch y Pieck, que también trabajaba ya en Paradis tras el Retumbar, empezaron a extraer algunas pertenencias de las taquillas para asearse y salir del cuartel. Annie abrió su taquilla y se quedó petrificada algunos segundos, viendo que dentro, además de sus efectos personales, también había un sobre con una nota y una rosa blanca atada a la misma. Cuando abrió la carta, reconoció la letra de inmediato.

"Una rosa blanca para la chica de los sentimientos más puros que conozco. — A. A."

Hitch pasaba por su lado y cuando la miró bien paró en seco.

—¿Pero qué te pasa, cariño? ¡Estás como un tomate!

—¿Q-q...qué...?

—¡Oh! ¡Una carta! —se la sacó tan limpiamente de las manos que Annie se quedó con los dedos aún en posición de sujetarla, mirándola con las pupilas empequeñecidas.

—¡Hitch, oy-...!

—A ver, a ver... una rosa blanca para la chica de los sentimientos más puros que conozco. Armin Arlert, obviamente. —Algunas de las compañeras que pasaban por allí miraban a Annie con complicidad, especialmente Mikasa, quien ya sabía por boca de Armin que habían tenido un bonito acercamiento. Annie estaba a poco de soltar vapor por las orejas de la vergüenza que le había dado que leyera en alto. Dreyse sonrió inocentemente y le volvió a doblar la carta, dejándosela en la taquilla.

El devastador silencioWhere stories live. Discover now