El francotirador

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Los golpes sobre el muñeco eran secos y veloces. Jean y Connie salían recién de entrenar y cruzaban algunas palabras mientras atravesaban el gimnasio. Se quedaron charlando en la puerta, aunque los impactos tan fuertes que se estaba llevando el muñeco relleno de arena con el que Mikasa y Annie solían practicar les acabó llamando la atención. Mikasa y Armin también dejaron de hablar y giraron la cabeza hacia Annie. La velocidad de la rubia era casi insolente frente a sus compañeros. El muñeco de prácticas pesaba setenta kilos más que ella, y aún así empezaba a tambalearse del constante reparto de impactos, especialmente de sus tibias, zona que tenía ya muy machacada por los años de entrenamiento desde que era poco más que una infante. También repartía patadas y rodillazos aéreos con poca carrerilla, y ensartaba puñetazos a diestro y siniestro, meneando la cintura para simular que el muñeco se defendía. Pasó su cabeza por debajo de uno de sus brazos simulando una esquiva de boxeo por debajo del golpe del rival, y al ponerse recta le crujió un puñetazo desde la barbilla hacia arriba, que partió algo del tejido y un fino hilillo de arena salió a causa de su potente pegada.

—Se imagina a alguien —dijo Mikasa en un hilo de voz. Armin arqueó una ceja y se preguntó si le pasaba algo: al fijarse en su expresión, vio la de siempre. Inanimada, seria, aburrida, sin embargo, su bello cuerpo estaba totalmente sudado y agotado. Era una máquina pegando, no podía parar, pero hasta su organismo le debía recordar que era humana. Mikasa observó que tenía el abdomen contraído y la respiración bastante agitada, pero aun así volvió a doblegar su físico y lo sometió a una dosis de pelea contra el saco, imparable. Estaba totalmente concentrada, cuando de pronto una voz tenue surgió a sus espaldas y paró en el aire un puñetazo, girándose sudada y agotada al que la había interrumpido. Armin la miraba sonriente y le acercó una toalla.

—Madre mía, el día que estemos en contra tendré que hacerme con una armadura.

Annie se quedó mirándole aún con la guardia subida, y cuando se fijó en la toalla, volvió a girarse y a seguir enfrentándose al muñeco, sin prestarle atención. Armin abrió los ojos y ladeó suavemente la cabeza.

¿Me está ignorando?

—Oye, Annie...

—¡Leonhart! —el teniente de la Policía Militar apareció de repente en la puerta lateral que colindaba con los otros gimnasios, y como siempre, venía con el ceño fruncido. Annie paró lo que estaba haciendo y se puso recta como un clavo, al igual que Armin, en señal de respeto al superior. —Y Armin, al centro del gimnasio. Os ha tocado por estar aquí haciendo tanto ruido. ¡¡Y esto va para todos!! Quiero que traigan también a los nuevos cadetes y ver de qué pasta están hechos.

Annie siguió con la mirada a su superior, con respiraciones aún muy seguidas. Dio un resoplido y se encaminó al tatami central, el mismo donde Mikasa y ella se dieron una soberana paliza hacía poco.

—Armin, las pocas veces que he tenido la desdicha de verte en el cuerpo a cuerpo me han parecido nauseabundas. Espero que en un mes hayas podido dar más de ti, es muy importante que estemos en forma en este trabajo.

—¡Señor, l-lo-es... lo estoy intentando!

—¡Cállese y póngase frente a Leonhart, no sea aburrido!

Armin tragó saliva y dejó la toalla fuera del tatami. Annie se le colocó delante, ya con la guardia de boxeo bien automatizada.

—¡Ee-espera! —Armin puso las manos en alto, algo temeroso. Annie bajó los puños lentamente y se puso recta, dejando que sus profundos ojos azules le miraran directamente. Armin se sintió desnudo con esa mirada que le estaba echando.

—¿¡Pero qué pasa!? ¡Peleen de una vez! ¿Qué demonios hacen? —dijo el teniente malhumorado. Dio dos fuertes palmadas en el aire y Annie volvió a subir la guardia.

El devastador silencioWhere stories live. Discover now