El lago de Shiganshina

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Parecía estar soñando entre algodones hasta que abrió los ojos. Cuando lo hizo y fue dejando lentamente el sueño atrás, su cefalea fue enraizando más y más en su cráneo, como si acabaran de dar un golpe con un atizador. Soltó el aire incómoda, volviendo a cerrar los ojos.

—Te traeré una gasa más fría, Annie.

La voz era inconfundible. Annie abrió los ojos rápido de la pura impresión, tenía la vista algo mareada pero pudo ver cómo una cabeza de pelo corto y rubio le daba la espalda y acuclillaba sobre un cubo de agua. Era el inconfundible cuerpo de Armin. Se notaba la garganta tan seca que no se veía capaz de hablar.

—¿Ar... Armin?

—¿Qué? —se giró como un clavo y corrió rápido hacia ella, como si se hubiera puesto nervioso al oír su llamada.

Annie ascendió la mirada por él despacio, analizándole centímetro a centímetro. Él tenía un par de magulladuras por los golpes, pero parecía no haber sufrido daños mayores. Al cabo de unos segundos sólo cerró los ojos y habló muy bajito.

—Sólo era para asegurarme de que no te han hecho nada.

Se sintió avergonzada nada más decirlo, pero no hubo marcha atrás. Aprovechó que tenía los ojos cerrados para no ver, por timidez, qué cara había puesto él. Era muy difícil una relación entre dos personas introvertidas y tímidas, demasiado. Nunca iba a ser fácil. Esa era la esperanza que tenía Annie para que algún día, él desistiera de querer tener nada con ella. En mitad de todos esos pensamientos, sintió una suave presión sobre su boca. Abrió los ojos y su corazón empezó a palpitar mucho más deprisa. Armin estaba inclinado sobre ella y dejó posados sus labios sobre los finos labios de su compañera, muerto de miedo como sabía que iba a estarlo. Ya no podía aguantarlo más y se había lanzado. Cuando se separó, vio que Annie tenía las mejillas rojas y miraba a otro lado. Él también estaba ruborizado, pero después de todo lo que había pasado con tanta guerra y después del susto con la banda, se daba cuenta de lo corta e insignificante que podía llegar a ser la vida, especialmente si no se hacía lo que uno quería.

Pero Annie no se movía. No interaccionó, no tenía valor de mirarle a la cara. Armin se apoyó un poco sobre ella y volvió a buscar sus labios, pero ésta vez sí sintió como la rubia se le resistía, alejando el rostro. Y eso le hizo sentirse muy, muy mal.

—Dios... ¡perdón, yo...! Lo siento, Annie. Pensé que... si no lo hacía yo... si no pasaba, no... ¡estaré en la despensa para cualquier cosa que necesites! —el soldado salió agitado y corriendo como si no hubiera un mañana, había recuperado la vergüenza. Annie suspiró y sus grandes ojos azules miraron la dirección por la que se había marchado.

Sí, yo también me largo, se dijo internamente. Se destapó y alcanzó sus botas y su abrigo. Se dio cuenta enseguida de que estaba en la enfermería del cuartel de la Policía Militar. En cuando terminó de abrocharse los cordones vino Levi, con gran parte de su rostro lleno de cicatrices y en silla de ruedas.

—¿Qué estás haciendo?

Annie le miró sólo un segundo, pero sus manos continuaban acordonando.

—Me encuentro bien. Mañana tengo que trabajar, imagino que la reina nos dará otra misión.

—Primero, no has concluido tu misión. El resto de vuestros compañeros estaban avisados de qué local frecuentaría Rusty esa tarde, que estuvieseis allí fue una horrible casualidad.

Annie balbuceó, pero no dijo nada. Terminó de acordonarse y se puso en pie. Levi se interpuso en el marco de la puerta cuando vio que se acercaba allí.

El devastador silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora