Jaque

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Sarina llevaba tres semanas viéndose con Armin y aprendiendo a hacer de una vez por todas los ejercicios de cálculo que tanto se le habían atragantado. Por supuesto, y como era él quien iba a su dormitorio a ayudarla, no perdió la ocasión en invitarlo a infusiones, comida y a veces incluso a desconectar la mente con alguna representación teatral que se reprodujera por los alrededores, a ambos le gustaba el teatro. Armin había accedido con peso de culpa: Annie ya no tenía que ir a más curas ni revisiones hasta el mes siguiente, y había dado asombrosos avances en su rehabilitación, pero no podía trabajar como militar todavía, así que tenía mucho tiempo libre. Él había sido totalmente sincero con ella desde el principio. Sabía que pasaba más tiempo en casa de Sarina para ayudarla a ser cadete con honores, no sentía celos de ningún tipo, pues tampoco había tenido ese tipo de toxicidades en su vida. Para ella, Armin era un ser de luz que le estaba enseñando demasiadas cosas bonitas que desconocía hasta el momento. Por su parte, mataba el tiempo intentando volver a montar en un caballo trotando -aún no podía cabalgar si no quería sentir pinchazos en el costado- y también pasaba mucho tiempo con Hitch. Hitch era su salvación mental aunque nunca lo reconociera en voz alta: había madurado muchísimo, la maternidad le había sentado bien, le mantenía la mente ocupada con sus mil y una vivencias y también la hacía reír, especialmente cuando la veía discutir con Reiner. Después de tanta tristeza y pérdida en el Retumbar, lo necesitaba.


Mercado de Shiganshina


Reiner estaba situado en mitad de una larga cola de un puesto textil. Era regentado por los pocos sastres que hacían ropa de bebé a medida. Sostenía a su bebé en un brazo y en el otro habían muchas prendas de colores. Hitch volvió al cabo de un rato, con los brazos también llenos de modelitos de distinto tipo. El rubio le puso una mueca, suspirando.

—¿¡Más ropa!? ¡Si dentro de un mes no le va a quedar nada! Cómo te gusta tirar el dinero.

Hitch se cruzó de brazos, con sus dos antebrazos llenos de perchas.

—Casi toda la ropa que tiene ya le está enana, ¡así que es lo que hay!

Hitch se acercó al pequeño y midió a ojo las tallas que le había estado sacando, el hijo de ambos era grande y fuerte, después del susto que les dio a la hora de nacer. Su pelo dorado y los ojos miel eran literalmente la mezcla de ambos. Cuando el niño vio a Hitch alzó los brazos hacia ella, haciendo un puchero. Reiner negó con la cabeza divertido y le pasó al bebé, tomando en su lugar las prendas que Hitch había cogido. El niño ajustó su manita regordeta al pecho de su madre y trató de tironear de las ropas de su escote hacia abajo, sin éxito. Hitch puso los ojos en blanco al ver lo que buscaba.

—Voy afuera a alimentarle... te dejo con esto. —Reiner se quejó cuando le puso otro nubarrón de prendas encima y se dio la vuelta, lo hizo todo una bola y siguió la cola, ya algo exasperado.


En el exterior, Hitch buscó un banco más resguardado para alimentar a su pequeño comilón. Le había costado mucho a su cuerpo -mucho más de lo que se imaginaba- acostumbrarse a los tirones de un bebé, que había sido siempre bastante grande y demandante desde el principio. Por fin la pobre Hitch podía dar el pecho sin llorar de dolor. Se sentó y destapó discretamente uno de sus senos; su hijo no tardó en atraparlo y quedarse drogado de allí, como si recibiera anestesia al succionar. Esto la hizo sonreír al cabo de un rato, mientras le acariciaba lentamente una de las manitas. Sentía una increíble conexión cuando le amamantaba. Mientras el niño seguía ahí entretenido, la mujer reconoció una voz lejana en el mercado y levantó la vista: Armin estaba riendo junto a una chica morena y chiquitita, bastante guapa, quien le había saltado por sorpresa a las espaldas para que la llevara a caballito. Hitch enarcó una ceja al ver aquello. Era una persona un tanto celosa, desde luego, si veía a Reiner en esas con una amiga, al menos una discusión habría. Pero Armin siempre le había parecido un buenazo, alguien incapaz de albergar emociones traicioneras en el amor ni hacia los suyos. Así que trató de no ser malpensada y se centró en su bebé, quien empezó a abrir su boquita y totalmente drogado soltó de forma espontánea su pezón, dormido.

El devastador silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora