Un encuentro fugaz con la mafia

376 39 3
                                    

—¿Te encuentras bien? —la joven le tendió unos hielos envueltos en un paño. Armin los tomó y sonrió aún bastante adolorido, presionándolos contra la sien afectada.

—Sí, tranquila... ya sabíamos todos lo que iba a pasar enfrentándonos a ti y a mí en un cuerpo a cuerpo. —Comentó Armin, al que aún le daba vueltas el campo de visión tras la doble patada aérea de muay-thai que Annie le había sacudido en la misma zona. El sargento los había convocado a los dos para firmar unos contratos como parte de la Policía Militar y aprovechando que estaban allí les pidió un combate mixto. Armin duró exactamente cinco segundos.

—Perdona, creí haber medido bien la fuerza.

Armin sonrió negando con la cabeza, y al final encogió un poco los hombros.

—Te creo, tranquila. Yo es que... no sirvo para el cuerpo a cuerpo. Nunca se me ha dado bien como al resto de la legión.

—A veces cuesta creer que gente como tú haya tenido el coraje de alistarse en el Cuerpo de Exploración. —Comentó en voz baja, casi inaudible al estar en el exterior con otras personas dando vueltas por la misma calle. Armin no tuvo claro si le estaba llamando valiente o insensato. Pero conociéndola, sabía que era más la segunda opción. El pequeño local en el que estaban empezó a recibir a más clientes, así que Annie se puso despacio en pie y se quedó mirando hacia el mostrador de helados. —Voy a pedirlos yo, ¿qué sabores te gustan?

—¡Todos! Menos el de menta, sabe a pasta de dientes... aunque bueno, también tiene choc-... —Annie se había marchado a mitad de frase, dejándole hablando solo. Tenía una majestuosa habilidad para hacer aquel tipo de cosas con todo el mundo. No sabía a qué achacarlo, porque pese a los años que habían pasado codo con codo -que no eran muchos en comparación con cualquier otro compañero de la legión- Annie siempre había sido una persona distraída que se escaqueaba de los entrenamientos, que todo y todos le aburrían soberanamente, y sus habilidades sociales eran nulas por su total falta de interés en realizarlas. Su mente estaba ocupada con pensamientos a otro nivel, de eso estaba seguro. Pero habían pasado por mucho los dos y sabía que Annie también era humana y también necesitaba afecto, como todo el mundo. Antes de terminar con aquella serie de pensamientos retraídos que estaba teniendo, la silueta de Annie apareció por un lado y dejó una tarrina grande delante de él, de fresa y dulce de leche. Ella había pedido una de pistacho más pequeña.

—¡Muchas gracias! Has acertado de pleno —dijo animadamente el joven, empezando a devorar ambos sabores con la cucharilla. —Qué bueno... ¿puedo probar ese?

Al mirar a Annie vio que no había empezado, sus enormes ojos celestes estaban mirando cerca de él... pero no era a él. Era justo tras él. Se dio cuenta de que tenía la atención puesta en otra mesa, pero cuando la rubia se dio cuenta de que la miraba susurró.

—No te gires.

—¿Qué pasa...? —masculló Armin.

—Creo que ese hombre es un adepto de Rusty. Tiene la cicatriz de la banda.

Armin dejó de comer y se puso tenso. Giró un poco la cabeza pero no llegó a mirar.

—¿Estás segura...? Creo que iba acompañado.

—Sólo él tiene la marca.

—Debería informar a Historia.

—No. Primero tenemos que saber dónde se ocultan. Le seguiré en cuanto se marche.

Armin tragó saliva y frunció un poco el ceño. Asintió.

—Iré contigo.

Annie empezó a degustar su helado calmadamente. Tenía una vista de águila para sus objetivos, no perdería a ese individuo por nada. Armin por su parte sentía que aquel delincuente había distraído a Annie de la cita, pero no podía anteponer sus sentimientos a una misión tan importante. Aquellos cabrones se dedicaban a extorsionar y solían robar y traficar con todo lo que se les antojaba, eran el cáncer de la periferia.

El devastador silencioWhere stories live. Discover now