Capítulo XX

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Cruzo la entrada acercándome al mostrador donde se encuentra la anciana irresponsable de mi jefa.

¿Como hará ahora que no estoy?.

Stella cuando me ve, abre los ojos sorprendida y luego frunce el ceño, sale del pequeño espacio y coloca las manos en su cintura.

—¿Que haces aquí?.

—Aqui trabajo ¿No?.

«La gente suele hacer preguntas muy estúpidas»

Hoy apoyo a la molesta voz en mi cabeza.

—No puedes trabajar, estás de reposo— dice con una mirada severa.

—Por favor, Stella. Ya estoy bien, mira— abro mis brazos y doy una vuelta.

—Si tu madre se entera que te deje trabajar, me matará.

Ruedo los ojos.

—Mi mamá no mata ni una mosca.

—Eso crees tu—dice en un susurro que logró escuchar—Vamos, fuera. En unas semana será bienvenida, pero por hoy, largo.

—¡No puedes echarme!— exclamo indignada.

—Claro que si puedo.

Toma mi brazo tirando de mi hacia la salida.

—Adios, Skate. Nos vemos en unas semanas—dice cuando estamos fuera del local. Cruzo mis brazos enojada y doy grandes zancadas alejandome de allí—no olvides que te quiero.

Doblo una esquina sin mirar hacia atrás aunque sé que ella aún está en la puerta siguiendo cada uno de mis movimientos. Al no estar en el rango de visión de Stella, desescruzo mis brazos, me pongo los audífonos contestados a mi celular y camino a paso lento por las calles de Amdru.

Faltan unas cuantas calles para llegar cuando siento la sensación de ser observada. Paro mi caminata y observo a mi alrededor, hay muchas personas pasando por aquí, pero cada quien en su propio mundo. Retomo el camino con paso apresurado aún con la extraña e incómodad sensación.

Levanto la vista del piso hacia mí casa y veo al anciano sentado en uno de los escalones del porche. Llegó frente a él, se levanta de la madera y con un movimiento de cabeza me invita a seguir caminando.

—Hoy fui a mi trabajo y me corrieron— digo mientras pateo una piedra que estaba en el camino— no me dejaran volver hasta que se cumpla el reposo.

—Creo que están exagerando. Ya estás recuperada, parece que no te hubiera pasado nada.

—¿Verdad que sí? Pero no entienden.

Llegamos al parque que al ser temprano está lleno de niños jugando y padres detrás de ellos cuidando que no se hagan daño, adolescentes tomados de las manos o sólo uno al lado del otro mientras hablan.

Nos sentamos en la misma banca de siempre.

—Deberias visitar más el muchacho, ya que tendrás más tiempo libre.

—Eso hare—respondo asintiendo.

Abre la boca para hablar pero es interrumpido por el sonido de la campanita de un carro de helados que está pasando por allí. Los niños al verlo se lanzan sobre él, como si fueran caníbales buscando un pedazo de carne.

«Ese no fue un buen chiste»

En definitiva, no lo fue.

—¿Quieres un helado?.

Escucho la voz de mi abuelo y volteo hacia el, sonriendo.

«¿Desde cuándo esas cosas se preguntan?»

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