Capítulo XXXII

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Desconocido

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Desconocido.

Cierro la puerta de la camioneta, escuchando seguido el portazo del lado del copiloto. La espero, y cuando enreda su brazo con el mío, empezamos nuestra caminata hacia la entrada de la casa donde desde afuera se escucha el bullicio de adentro.

—Que alegría. Tendré con quien platicar hasta que termine esta estúpida fiesta.

Cierro los ojos cuando reconozco su voz a mis espaldas y reuniendo toda la paciencia que tengo, doy vuelta encontrándome con su feo rostro y con el de su garrapata loca.

—Si, que alegría, solo que hay un problema—digo, haciendo un puchero y fingiendo tristeza.

—¿Cual?

—Que nosotros no queremos platicar contigo, Priscila. Y nos disculpas, tenemos una fiesta que asistir.

—Que grosero es tu nieto—le reprocha a mi abuela, que se encoge de hombros.

—Asi es él. Y con tu permiso, nos queremos alejar de tu fea presencia—y dejando a Priscila con la boca abierta y furiosa, mi abuela se da la vuelta llevándome con ella, adentrándonos a la casa.

Pasamos directo al jardín, sentandonos en una de las mesas más alejadas, observando el lugar decorado.

—Sofia se esforzó.

—Si, esta muy linda.

Y acto seguido después que mi abuela termina de hablar, vemos como una niña con un vestido rosa, lleno de flores y mariposas se acerca a nosotros con una sonrisa radiante.

Cuando ella a posiciona frente a nosotros y tiene intenciones de lanzarse hacia mi, me lanzo al piso, cayendo de rodillas.

—Ohhh gran reina Davi, no sabe lo muy feliz me hace tener su majestuosa presencia frente a mi.

Expreso haciendola reír.

—¿Desea algo? No se. ¿Un pastelito? ¿Pastel? ¿Mi riñón?.

—¿Para que querría tu riñón?—cuestiona con una sonrisa divertida.

—Beneficia de muchas maneras, dentro de unos años me rogaras que te lo de.

—No lo creo.

Platica un poco con nosotros y después de un rato, se va corriendo al interior de la casa.

Me quedo observando el lugar. Distintas personas yacen en la mesas, comiendo los aperitivos, gritandoles a sus hijos o solo conversando con alguien más.

Veo el jardín de calas, esta hermoso.

Algo llama mi atención en la entrada del jardín, y volteo mi mirada para ver a la chica que camina hacia una de las mesas más alejadas con Santiago caminando detrás de ella.

Ella se sienta, con la cabeza agachada mientras que con su dedo dibuja las mariposas que se encuentran en el mantel.

De repente para, nadie se da cuenta de que se ha quedado intranquilamente quieta. Cierra sus ojos y desde aquí, puedo observar como su labio inferior empieza a temblar.

Se mantiene así. Y mi corazón me dice que me pare, que haya hasta ella y la calme, pero mi cabeza tiene otros piensos. Si hago todo impulsivamente puedo arruinar todo, y no puedo hacerle eso, no ahora.

Abre sus ojos, y boto el aire que no sabía que había estado conteniendo.

Ella se levanta abruptamente, ganándose muchas miradas sobre ella, pero no les toma atención, solo camina a rápidas zancadas hasta adentrarse al interior de la casa con su familia tras de ella, llamándola discretamente.

La ansiedad me calcome y la única forma de menguarla es tronando mis dedos, y eso hago.

Pongo mis manos en mi regazo, y empiezo a tronarlos uno por uno, observando a mi alrededor.

Siento una mano cálida en la mías y volteo para observar a mi abuela que me ve fijamente.

—Ve—dice haciendo un movimiento con su cabeza, señaladando hacia la puerta.

Le sonrio.

Me levanto, caminando hacia el interior de la casa. Al ingresar, me recibe el silencio.

Doy largos pasos, yendo hasta el pasillo pasando por las dos puertas de madera, llegando hasta la última puerta del pasillo.

Me acerco, pegando mi oreja de la oscura madera para poder escuchar mejor. Pero doy unos pasos atrás cuando al acercar mi rostro a la puerta, algo golpea con fuerza está.

Escucho un jadeo en la puerta y ahora se que lo que golpearon en la puerta fue a Santiago. Los gritos de sorpresa de Sofía y Elizabeth no se dejan esperar, y escucho claramente como piden que lo suelte, y en ese momento me imagino que estará pasando en esa habitación y quién lo está provocando.

Retrocedo aún sin despegar la mirada de la puerta, y luego doy vuelta caminando hasta la segunda puerta del pasillo, que le pertenece a un pequeño armario.

Me quedo allí, pensando y mirando por la ranura que deja ver hacia afuera, contando los minutos que van pasando.

Esbozo una pequeña sonrisa cuando a veo salir.

Camina a grandes zancadas, con la cabeza gacha y con sus manos temblando visiblemente.

Esbozo una pequeña sonrisa cuando levanta su mirada, mostrando el color rojo de sus ojos que nos caracteriza.

Pasa a toda velocidad y la pierdo de vista, y cuando me aseguro que nadie me verá, salgo de la habitación.

Camino tranquilamente hasta la mesa donde se encuentra mi abuela. Ella entrecierra los ojos cuando me siento a su lado sin mediar palabra.

—¿Cómo está?.

—Perfectamente.

—Perfectamente

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BranxtorWhere stories live. Discover now