Capítulo XXXIII

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La lluvia caía a cántaros. El viento golpeaba las ventanas con fuerza y el frió allá afuera era una condena. Pero yo no tenía frío.

Los doctores siempre le han dicho a mamá que soy una niña muy sana y fuerte, por lo cual mojarme un poco no me haría daño.

Abro la puerta con cuidado, asomandome por una pequeña ranura para observar el silencioso pasillo. Saco un pie y luego el otro, observando hacia todos los lados como si en cualquier momento me fueran a cachar.

Paso por un lado de las escaleras, viendo hacia arriba por si uno de mis padres está por ahí o se le ocurre bajar.

En puntitas, corro hasta la puerta principal, giro la perilla pero esta no cede y entonces me doy cuenta que mis padres bloquearon la puerta.

Busco un banquillo que se encuentra en mi habitación y lo posicionó cerca de la puerta, justo en el lugar correcto para poder tomar las llaves de la casa que se encuentran en el pequeño adorno al lado de la puerta.

Las tomo y bajo del banquillo, para luego con las llaves abrir la puerta.

Fuera sido más fácil salir por la ventana, pero mis padres la bloquearon con pasadores y clavos.

Con mis botas moradas favoritas y mi pijama de koalas, salgo hacia afuera, sintiendo como el frió cala por mis huesos haciéndome estremecer.

Una risa contenta brota de mi garganta, y acto seguido, corro hasta tirarme en los charcos de lodo que se forman en el patio.

Me arrastro en el barro, trepo en el árbol, me columpio...

Me dejó caer en el suelo, recostando la espalda de la pared que está a un lado de la ventana de mi habitación.

Observando como gruesas gotas de agua caen en mi pijama, limpiandola o ensuciadola aún más.

El flequillo no me deja ver muy bien, pero aún así no lo aparto.

Un olor que reconozco, que no es el de la tierra mojada llega a mis fosas nasales.

Levanto mi cabeza con lentitud, apartándome el flequillo de los ojos para observar como se encuentra allí, mojado y parado frente a la puerta que da al patio pero sin adentrarse a la propiedad. Me mira fijamente, con una sonrisa torcida en su rostro.

Sonrió.

Me levanto con rapidez, escuchando el sonido de mis botas chocar con los charcos de agua mientras corro hacia él. Me tiro a sus brazos, toda mojada, llena de barro y con hojas y ramas en mi cabello, pero a él no parece importarle. Solo me envuelve con sus brazos, regalándome un abrazo recorfortante y protector.

Levanto mi cabeza del hueco en su cuello sin dejar de abrazarlo, conectando mi mirada con la suya.

Negro con negro.

Dejo un beso en su mejilla, riendo de alegría.

Siento unos brazos tomarme, tratando de alejarme de él que me aprieta más contra su pecho.

Me aferró a él, enredado con más fuerza mis brazitos en su cuello.

Hala de mi con fuerza, enterrando sus dedos en mis costillas, lastimandome.

Hago una mueca, que para él no pasa desapercibida, tampoco la lágrima que corre por mi mejilla mezclando con las gotas de lluvia cuando siento como la calidez de mi sangre corre por mi costado al abrir las heridas que se encuentra allí.

BranxtorUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum