Capítulo III

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¿Han escuchado el dicho que dice: nunca digan nunca? Yo creo que sí.

Y se preguntarán porque, puesss.

Me tiró de la cerca, cayendo de pie entre las hojas secas. Observó a mi alrededor, sintiendo los rayos del sol en mi cara y una brisa fresca acariciar mi cabello.

Hoy hacía un día soleado en Amdru, y eso era realmente raro.

Y sin pensarlo mucho, me adentre en el mar árboles del bosque de Amdru.

Cómo media hora después, ya me dolían los pies de tanto caminar y aún no conseguía mi teléfono por ningún lugar. Anduve andando por un rato más, hasta que me sentí lo bastante frustrada como para abandonar la misión.

Decidí retomar el camino a casa en cuanto ví que el sol ya se estaba ocultando, quedarse en el bosque de noche simplemente no era una opción.

Andaba mirando hacia todos lados, bastante nerviosa cuando a lo lejos observé un pequeño trozo de tela roja. Me encaminé hacia allá encontrando el gorro que se me había caído, eso quiere decir que mi teléfono tiene que estar cerca.

Empecé a caminar por los alrededores, mirando fijamente el suelo buscando un pequeño aparato azul cuando a lo lejos escuché una melodía que hizo que mi corazón diera un brinco.

Era mi tono de llamada.

Corrí hacia allá, encontrándolo debajo de unas hojas secas. Lo tome y lo guarde en el bolsillo de mi chaqueta,sonriendo. Pero esa sonrisa se fue tan rápido como llego cuando escuché los pasos detrás de mí.

Mi corazón dió un brinco, pero está vez no de alegría. Mi manos temblaban y una capa de sudor frío cubrió mi frente.

Cerré los ojos al sentir una rama reventar bajo la fuerza de sus pasos, justo detrás de mí. Y sin pensarlo mucho, me levanté emprendiendo la huida. Corrí rápido hacia la cerca que dividía mi casa, pero aunque hace un momento tenía claro el camino, ahora me sentía perdida.

Podía escuchar sus pasos detrás de mí, cada vez más cerca.

Mis piernas rogaban un descanso, pero mi mente gritaba que no parará, que no me detuviera. Pero llegué a sentir mi corazón en la garganta y un fuerte pinchazo en la cabeza, cuando al tropezar con una raíz, mis rodillas fallaron impactando contra el suelo.

Pude sentir el hambre voraz de la criatura detrás de mí, y sin pensarlo siquiera, tomé la culata del arma que se encontraba en mi espalda y volteé, apretando el gatillo.

Escuché el sonido del disparo retumbar en el silencio del bosque, las aves salieron volando de sus nidos formando una algarabía y después todo quedó en silencio, a excepción de mi respiración acelerada.

Me levanté y sacudí mis pantalones, guardando de nuevo el arma mientras observaba la sangre esparcirse por el pelaje del lobo.

Estacionó el auto y bajo, cruzo la puerta del establecimiento, adentrándome a una pequeña cueva.

Estaba bastante oscuro, solo iluminado por luces LED y habían computadoras a ambos lados del lugar, también zonas de videojuegos.

Repaso con la mirada, encontrándome al fondo un pequeño mostrador donde detrás había un chico. Camino hacia allá y cuando estoy frente a él, veo que está bastante entretenido jugando en su celular.

Una sonrisita malvada se expande en mi cara y con bastante fuerza, golpeo las palmas de mis manos contra la madera y suelto un bajo:

—Booooo.

El chico pega un brinco, soltando el teléfono de golpe y soltando una maldición. Y yo… Yo me estaba muriendo de risa.

—No da risa — exclamó él, con el ceño fruncido tomando de nuevo su teléfono.

—Si, si da.

—Skate

Ese fue mi momento de fruncir el ceño, voltee encontrándome a un chico de tez morena, ojos color miel y pelo castaño.

—¿Te conozco?— preguntó.

—¿No te acuerdas de mí?.

—Bueno, si me acordara de ti no te preguntaría si te conozco ¿no crees?— le respondo, enarcando una ceja.

—Fue una pregunta estúpida— dice, sonriendo con vergüenza.

—Definitivamente.

Me mira fijamente y yo hago lo mismo, sintiendo como de a poquito una sonrisita se apodera de mi rostro. Sonrió abiertamente cuando él desvía la mirada.

—¿Qué necesitas?— pregunta, un momento después.

—Encontre un reporte en internet, me parece interesante, así que quiero saber quien lo escribió, ¿lo podrían averiguar?— digo, intercalando la mirada entre él y el chico de atrás, el cual no nos estaba poniendo atención.

El chico vuelve su mirada a mi

—Si, claro— dice sonriendo

—Bueno, ¿Cuánto durará? — le preguntó sacando la portátil de la mochila y extendiéndosela

—Dependiendo de la persona que escribió el reporte — dice, pasándome por un lado para ponerse detrás del pequeño mostrador

—Buenooo, ¿Cuando podría venir a buscarla? — preguntó, volviendo a sujetar las correas de mi mochila

—¿Qué tal si me das tu número y cuando encuentre algo te mando un mensaje?.

Entrecierro los ojos hacia él.

—¿No será eso un triste intento de conseguir mi número?— preguntó, a lo que él levanta la mirada de la laptop con una sonrisita de angelito.

—Tal vez— responde, encogiéndose de hombros.

—Tendrás que usar otra técnica la próxima vez.

Él ríe.

—No puedo saber quién lo escribió, pero si desde donde fue publicado—dice, con la mirada fija en la pantalla mientras tecleaba.

—Es suficiente— respondí, encogiéndome de hombros.

—Puedes sentarte por ahí, al parecer no es tan difícil descubrir la dirección desde donde fue publicado.

Ya llevaba media hora sentada y nada, solo observaba como constantemente él fruncía el ceño y soltaba maldiciones mientras yo repiqueaba mi pie contra el piso una y otra vez.

—Oye, ¿Cómo es tu nombre?— pregunté, ya cansada del silencio.

Él me miró sobre su hombro.

—Thomas.

—Hace rato me preguntaste si me acordaba de ti, pero ¿De dónde me conoces?— hace rato no podía sacarme ese tema de la cabeza.

Y aunque no puedo ver su rostro, los músculos de su espalda se tensan.

—Éramos amigos en la escuela, era tu único amigo, pero de repente te alejaste y no quisiste saber nada de mi. Yo seguí detrás de ti y un día me dijiste que dejara de molestarte, que yo no era tu amigo, que no sabías quien era.

Baje la cabeza, sintiéndome un poco triste.

—¿Lo recuerdas?— pregunto, mirándome nuevamente sobre su hombro.

Y yo negué con la cabeza.

No lo recordaba, ni eso, ni muchas cosas más de mi infancia. En realidad, no lo recordaba nada.

—Lo encontré—exclamó alto, sonriendo.

Se volteo hacia mi y yo me levanté de un salto.

—¿Si?— pregunté, sonriendo.

—Si. Te lo anotaré.

Y tomó un lapicero anotando la dirección en un papel y luego me la entregó.

La leí y reconocí la dirección.

Esa es…

Es mi casa.




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