Capítulo XXVIII

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Di un paso atrás

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Di un paso atrás. Aun con mi corazón latiendo frenéticamente y sudando más de lo habitual, no sé si por el susto o el sofocante calor que hay aquí dentro.

Observe la pintura frente a mi, tan real que siento como si me mirara de vuelta. Sus ojos rojos, como la sangre. Sus cejas gruesas y pobladas. Sus labios carnosos y rosados, y su cabello largo y color chocolate. Esa era yo. En una gran pintura que cubría toda una pared.

Retrocedo hasta chocar con la puerta de metal, el frío cala por mis huesos haciendome erizar la piel. Me voy deslizando, hasta llegar al piso donde me siento, sin quitar la mirada de hacia el frente, de hacia la pintura.

La puerta tras de mí, me da un mal presentimiento, y la pintura no se queda atrás.

La curiosidad mató al gato, pero es mejor morir siendo consciente de lo que pasa a tu alrededor, que existir siendo ignorante de los peligros que te acechan.

...

Bajo del auto estirando mi cuerpo.

El piso de la habitación subterránea no es el lugar más cómodo para dormir, y el dolor en mi cuello y espalda lo confirman.

Me identifico como siempre y espero el abrir del portón que no tarda en llegar, doy pequeños pasos hacia adentro, hasta llegar a la entrada de la casa. Me detengo frente a la puerta, mirándolo fijamente. Él hace un leve asentimiento que devuelvo y se hace a un lado, dejándome pasar. Camino por el ya tan conocido pasillo, hasta llegar a la puerta blanca donde tomo el pomo, haciéndolo girar. Antes de abrir siquiera un centímetro, su voz me hace parar, girando mi cabeza para verlo sobre mi hombro.

-Esta noche a las once-dice en voz baja, casi un susurro.

Asiento.

Abro la puerta, para verlo allí, sentado en el suelo. Sus manos están manchadas de la sangre del animal que en este momento se está devorando, ya ni siquiera reconozco que es, solo que la piel y huesos están tirados a su lado mientras el termina de comer un último pedazo de carne que está en sus manos.

Su rostro, lleno del líquido carmesí hace contraste con el rojo de sus ojos, que desde que se dieron cuenta de mi presencia en el lugar, no han dejado de mirarme.

Siento como Alejandro pasa a mi lado, yéndose hacia la pared donde desde el aparato allí, hace que la puerta se abra.

Camino con pasos lentos y pausados, con su mirada fija en mí. Me adentro a la jaula con una de las especies más peligrosas del mundo, sin miedo, sin protección. Porque él no me haría daño, ni yo se lo haría a él. Porque somos lo mismo, de la misma naturaleza. Porque estamos para cuidarnos y eso va más allá que una raza.

Me siento en el piso, frente a él y sonríe, aún con carne entre sus dientes y sangre en su boca, pero eso me contagia y le devuelvo el gesto.

Sus ojos rojos me miran fijamente, están brillosos y oscuros, y eso llama mi atención.

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