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16 de agosto, 2017.
Bariloche, Argentina.

Rosario Cammacho.

Exhausta me dejo caer sobre la cama, intentando regularizar un poco mi agitadísima respiración. Rápidamente siento un poco de pudor por lo que tapo parcialmente mi cuerpo desnudo con la sábana.

— No te pongas tan cómoda, — murmura él sentándose en la cama. Me da la espalda y no puedo evitar morder mi labio inferior ante los rasguños que tiene ahí, también al pensar en que querría otro round para lo cual yo estoy más que dispuesta. — ya gané, puedes cambiarte e irte.

Sus palabras me dejan atónita, por primera vez me quedo sin palabras. Y por primera vez me siento tan pero tan humillada, al punto de que mis ojos se llenaron de lágrimas y tuve que ahogar un sollozo para no seguir perdiendo la dignidad frente a él.

Ni siquiera se voltea a mirarme antes de encerrarse en el baño de su habitación. Sintiendome de lo más sucia, busco mi ropa interior para ponérmela con bronca al igual que a la ropa que llevaba puesta hace una hora, antes de que Max prácticamente me la arrancara.

Porque sí, tuve sexo con Max, caí en sus encantos y perdí la apuesta. También perdí mi dignidad, de paso.

Salgo de allí dando un portazo y llamando la atención de Faustina, quien justo pasaba por allí con su uniforme perfectamente planchado y pulcro como siempre. Primero mira entre confundida y preocupada las lágrimas que caen por mi rostro, luego mira la habitación detrás de mí para finalmente volver a mirarme, esa vez con tristeza.

— Ay, Chochi... — murmura antes de atraerme a ella para abrazarme.

— Me voy para Mendonza, no voy a aguantar verlo sin recordar esto y sin querer partirle la cara. — murmuro luego de contarle todo. Nos metimos en uno de los cuartos de limpieza para que nadie nos oiga.

Mi amiga me mira alarmada. — ¡¿Estás loca?! ¡¿Desde cuándo huís?! — chilla. — Rosario Cammacho no hulle, ¿me escuchás? Así que ahora vas a quedarte acá y vas a actuar con la misma seguridad de siempre, vas a pisotearle el orgullo de ese arrogante estúpido al demostrarle que no te puede importar menos lo que te hizo, ¿ok?

Asiento. Tiene razón, nadie me haría sentir insegura jamás. Bueno, ya lo hicieron, pero el culpable no tiene por qué saber que lo hizo.


Omnisciente.

Más tarde ese día, Max caminaba hacia el restaurante del hotel ya que todo el grupo había quedado exhausto después de su tarde de esquí y decidieron cenar ahí y luego dormir. Bueno, Max también había quedado exhausto luego de aquel increíble sexo que había tenido con Rosario.

La castaña se le vino a la cabeza y empezó a buscarla con la mirada por el lugar, hasta localizarla en una mesa ubicada en una de las esquinas del restaurante, tiene puestas unas gafas que le quedan hermosas y frunce levemente su nariz mientras lee algo en la computadora frente a ella.

— ¡Max, por aquí! — busca la fuente de aquella voz y se encuentra a Pierre sacudiendo su mano en el aire para llamarle la atención. El neerlandés camina hacia aquella mesa donde sólo están los pilotos.

— ¿Y las chicas?

— Sacándose fotos en la terraza. — responde Charles.

— ¿Y tu chica? — pregunta Pierre con picardía.

— ¿Por qué no la invitas a sentarse con nosotros? — agrega Daniel.

— No es mi chica. — es todo lo que Max responde. Carlos, Charles, Pierre y Daniel intercambian miradas extrañadas pero no preguntan nada. Durante la tarde se veían muy felices juntos, además de que la química entre ellos era de locos.

Las novias de Charles y Carlos llegaron minutos después y todo el grupo se dispuso a cenar.

— Hasta que nos reencontramos, eh. — Rosario levanta la vista de su computadora con una pequeña sonrisa al reconocer aquella voz. No puede evitar soltar un chillido, que llama la atención de varios, antes de saltar a los brazos de Gonzalo, su hermano mayor. Él, riendo, abraza a su hermanita menor. Segundos después ambos se sientan alrededor de la mesa y Gonzalo no tarda en cerrar la notebook. — Dejá de trabajar un poco, Chocha, te va a hacer mal.

Rosario suspira mientras se acaricia el puente de la nariz. A decir verdad sí se siente bastante estresada, de por sí se la pasa trabajando y estudiando normalmente, pero este día se la había pasado revisando cuentas y documentos de todos los hoteles de su familia ya que fue la única forma que encontró para olvidar un rato lo humillada que se siente.

— Prometo descansar un poco más. — sonríe, y su hermano asiente satisfecho.

Llamaron a Javier, uno de los meseros del lugar, y pidieron sus platos favoritos junto a un buen vino. Durante la espera a su comida se la pasaron charlando y riendo ante diferentes historias y anécdotas, desde aquellas de la infancia que jamás pasan de moda hasta las que sucedieron durante las dos semanas que llevaban sin verse.

Sin poder evitarlo Max mantuvo su mirada puesta en Rosario y su acompañante mucho más de lo que le habría gustado o lo que parecería normal. No sabía quién era él y tampoco le interesaba saberlo, solo no quería verlo con ella.

— Yo digo que en la próxima carrera Max o Daniel le ganarán a Lewis. — opina Carlos.

— No lo descarto pero estará difícil. — el rubio se encoge de hombros.

Daniel ríe. — Dame un Mercedes y le gano con los ojos cerrados.

Todos en la mesa rieron ante ese comentario.

— ¡Descansa, Rosario! — exclama Giada de repente. La mirada de todos fue a parar en la castaña que va con el brazo de su acompañante sobre sus hombros.

— Buenas noches, chicos. — ella saluda sonriente.

— ¡Oye! — Charles la llama de nuevo. — ¿Te nos unes mañana para hacer pompispatín?

Ella y su acompañante soltaron una carcajada. — Culipatín, Charles. — le corrige. — Y no, mañana pasaré el día con Gonzalo. — señala al castaño con su cabeza. Isa se lamenta por ello y luego todos se despiden de la pareja, menos Max.

Él solo se dedicaba a perforar la piel de la castaña con la intensidad de su mirada.

IT HAD TO BE YOU • Max Verstappen.Where stories live. Discover now