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23 de diciembre, 2020.
Maaseik, Bélgica.

Rosario Cammacho.

— ¿Más chocolate caliente? — me ofrece mi abuela con una sonrisa cargada de dulzura en su rostro.

— Por favor. — le tiendo mi taza y ella la llena con el líquido humeante color marrón. Le agradezco y ella continúa ofreciéndole al resto de la familia.

Mis abuelos paternos se mudaron a Bélgica hace un par de años, quizá unos cinco, y desde entonces nos juntamos todas las navidades en su casa. Asistimos todos: nosotros cuatro, el hermano de papá con su esposa y sus cinco hijos, y mi tía Josefina con su hijo.

— Chocha, ¿acompañas a Gonza a comprar unos adornos que faltan? — suspiro pesadamente antes de intentar dar una buena sonrisa y asentir ante el pedido de mi mamá.

Podríamos decir que soy el mismísimo Grinch, lo único que disfruto de las fiestas navideñas es la comida, porque ver a mis familiares lo hago cuando quiero.

Gonzalo y yo salimos de la enorme casa de nuestros abuelos con un listado de las cosas que faltan por comprar, porque, a diferencia de la mayoría de las personas normales, mis abuelos cambian su decoración todos los años. Ellos sí que son fanáticos de la Navidad.

— ¿Vamos caminando? — me pregunta Gonza. Observo la lista y hago una mueca.

— Si tenés ganas de caminar cargando un árbol entonces sí.

Mi hermano me mira sorprendido antes de agarrar la lista. — ¡Dijeron que eran solo algunos adornos, no literalmente todos!

Me quejo como niña pequeña y Gonza corre de nuevo al interior de la casa para buscar las llaves de la camioneta de mi abuelo. Minutos después estamos camino al lugar donde conseguiríamos el árbol, porque suponemos que será lo primero en agotarse viendo y considerando la fecha.

Cerca de una hora después, Gonzalo aparca la camioneta fuera de un supermercado super completo y variado al que nos encanta venir. Una vez allí, buscamos todo lo que indicaba la lista y obvio agregamos más cosas como tequila, cervezas, whisky, chocolates y snacks.

— Disculpa, ¿me pasarías esas Pringles de arriba? Es que no alcanzo. — una chica le pide a Gonzalo con una risita que me contagia. Mi hermano se las pasa. — Muchas gracias, ¡feliz navidad!

La chica se aleja de nosotros y, al final de la góndola, se encuentra con un chico. Siento que me congelo en mi lugar cuando pienso que reconozco ese cabello rubio y ese perfil a medias gracias al tapabocas. Sacudo mi cabeza, es imposible que me lo venga a encontrar en Maaseik.

— ¿Ya tenemos todo? — la voz de mi hermano me saca de mis pensamientos. Observo por encima lo que hay en el carro y asiento. — Creo que sí.

Luego de pagar salimos del lugar y yo voy atenta por si puedo encontrar a la rubia y a su acompañante. Mientras dejo que Gonzalo guarde algunas cosas en la parte trasera de la camioneta, veo a la chica subir a un vehículo. Parece que se percata de mi mirada ya que lleva sus ojos hacia mí y sacude su mano sonriente antes de subirse y cerrar la puerta. No puedo ver al piloto y eso me frustra enormemente.

— Listo. — Gonzalo cierra la puerta trasera y me mira mal. — Gracias por la ayuda, eh.

Sonrío con inocencia antes de tirarle un beso y subirme de copiloto.

• • •

Si hay algo muy hermoso en cuanto a venir a visitar a mis abuelos en navidad es que jamás falta el chocolate caliente, literalmente hay una olla preparada durante todo el día. Inhalo profundamente luego de servirme en una taza para que el delicioso aroma se adentre hasta lo más profundo de mi ser, y camino en dirección a las puertas de salida al patio trasero de la casa. La nieve está por todos lados y es algo simplemente hermoso de ver y apreciar, por lo que decido que es una bella imagen para compartir en mis historias.

IT HAD TO BE YOU • Max Verstappen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora