╰✯┋Capítulo 38┋

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Los golpes contra las estacas de hielo resonaban en la habitación, pero aquel gesto solo ensombreció la expresión de la balanza

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Los golpes contra las estacas de hielo resonaban en la habitación, pero aquel gesto solo ensombreció la expresión de la balanza.

—No deberían estar aquí —La voz de Lawrence reverberó en el aire.

—¿Sí? Tú tampoco —refutó Shannon sin dejar su labor.

Lawrence suspiró y miró un rastro de mariposas luminosas que brillaban por toda la habitación de manera desordenada. Sabía bien que sus enemigos estaban preparados y dudaba que los apóstoles lo estuvieran.

—¡Ya es suficiente! ¡Solo márchense! —suplicó Lawrence ante el intento de los otros por liberarlo.

—¡De ninguna manera te dejaremos! —protestó nuevamente Shannon, que con fuerza desincrustaba el hielo.

Lawrence miraba la firmeza con la que los demás lo ayudaban, y el corazón se le estrujó al saber que estaban en peligro por culpa suya.

—Estaré bien... pero si se quedan solo terminarán por morir en vano.

—No moriremos —Le aseguró Damien con una sonrisa—. Ya lo verás.

La balanza agachó la mirada en un gesto amargo. El aire frío y el inquietante silencio le envolvieron, como advirtiendo que algo se aproximaba.

La mitad de su cuerpo cayó por su peso cuando la última estaca de hielo de su pierna derecha fue retirada, y con el palpitante deseo de pelear al lado de su nueva familia comenzó a liberarse también del resto de sus ataduras.

Shannon lo atrapó evitando que cayera, gesto que agradeció enseguida. Tenía tantas ganas de descansar y recuperar sus energías, pero aquel pensamiento se desvaneció ante la voz de Anais.

—Uno de ellos está aquí.

La sensación de inquietud en su pecho creció. Presionó con los dedos su pierna, llevándose gran cantidad de sangre. Suspiró y comenzó a crear un espacio de protección justo a tiempo para que Anais no fuese golpeada con la lanza de hielo de Kain.

—No está mal —exclamó la estigia con soberbia—. Puede que entre los cuatro logren entretenerme.

Con un rápido impulso embistió a Anais, quien cayó rodando hasta el lado contrario, materializó su lanza, estuvo por arrojarla para atravesar a la supresora cuando el aire se heló y cientos de cristales inmovilizaron su mano.

Lawrence mantenía la atadura, soportando el inconmensurable dolor de utilizar sus poderes para herir a una de las estigias. Fue apenas un instante y luego cayó, tosiendo sangre.

—¡Lawrence! —Shannon corrió hacia él.

—¡No te acerques! Llévate a los demás y huyan —las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.

—Deja de ser tan obstinado, hemos dicho que...

—Ahora soy parte de las estigias —le cortó—. La sangre de Caleb corre en mi interior y no sé qué pueda ser capaz de hacer... si llego a lastimarlos...

Donde los ángeles temen pisarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora