Capítulo 35: "Adiós, Beatriz"

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«En serio estoy bien. Te llamaré cuando aterrice»

«No te dejaré ir sola»

«No tengo tiempo para esto, Jack, debo irme»


Las mañanas en Seattle suelen estar nubladas, es algo usual a lo que todos los que viven ahí están acostumbrados.

Pero hoy ese cielo nublado está más gris de lo usual. Más apagado. Como nosotros los estamos mientras escuchamos las palabras del sacerdote, palabras que me son imposibles de prestar atención.

Exhalo con lentitud, pero eso no evita que el dolor en mi pecho cese. Duele demasiado respirar.

Susana e Isabela están sentadas a cada lado mío, y nuestras manos están entrelazadas sobre mi regazo. Solo una mano porque la otra la usamos para sostener el pañuelo con el que nos limpiamos las caras.

El sacerdote termina su discurso y el cajón empieza a descender. Contengo el aliento, aunque las lágrimas siguen saliendo como si no tuvieran fin. Dudo que lo tenga, dudo que en algún momento pueda dejar de llorar.

Cierro los ojos en cuanto comienzan a llenar el vacío con la tierra. Ya quisiera fuera así de sencillo, solo usar una pala y cubrir aquel hoyo que ha provocado su ida. Pero tampoco quisiera que lo fuera, porque me dolería tanto que el que se haya ido sea enterrado como si no fuera la gran cosa.

Y vaya que lo es.

Beatriz es... fue de mis mejores amigas. No, lo sigue siendo, ¿verdad?

Quiero creer que lo sigue siendo.

Abro los ojos para desviarlos a su familia, sentada al otro lado. Peter mantiene el rostro sereno, pero las lágrimas muestran lo contrario, y de solo imaginar lo que debe estar sintiendo empeora la ardua tarea de respirar.

Vuelvo a cerrar los ojos al escuchar los sollozos de sus hijos. Que horrible es esto.

Duele tanto, por favor, que pare.

No soy fuerte, no lo podré seguir soportando más. Necesito... necesito que pare.

Separo los párpados al ver el rostro sonriente de Beatriz. Me inclino hacia adelante para querer vomitar todo lo que tengo dentro. Pero abro la boca y no sale nada.

No queda nada.

—Gracias por alojarme —digo una vez me siento sobre la cama

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—Gracias por alojarme —digo una vez me siento sobre la cama.

—Siempre eres y serás bienvenida —responde Susana, parada en el umbral de la puerta—. Te dejaré descansar, todos necesitamos descansar. Hasta mañana. —Cierra la puerta.

Me dejo caer sobre el colchón e intento dormir. Las ganas de llorar vuelven a mí, o tal vez ya estaban aquí solo que las desconecté por un minuto, y es todo el tiempo que puedo mantenerlas apagadas.

¿Me van a dejar amar? [Presente MVDH #2]Where stories live. Discover now