Día 2

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Abracé fuerte el cojín que tenía al lado de mi cama, aunque sabía perfectamente que eso no iba a cambiar nada. Un cojín no podía protegerme de un peligro inexistente. Pero me hacía sentir segura y sobria. No necesitaba más que aquel mullido cojín en medio de mi habitación, oscura, mientras esperaba con los ojos abiertos el amanecer, intentando distraerme de los gritos que se escuchaban desde la habitación de mis padres.
Me levanté de la cama, y con cautela me acerqué a la puerta. Me sentía como una niña pequeña escuchando una discusión que no debía. Puse mi oreja en la madera de la puerta que me separaba del pasillo.

"No Mike, no puedo, me van a matar" escuché. Era la voz de mi madre, llevaba así toda la noche. Aseguraba que si se dormía, moriría.

"Nadie va a matarte, aquí estás segura" intentó convencerla mi padre, con voz preocupada.

Solo había pasado un día, un puto día desde que todo había comenzado para mí, ¿Y ahora mi madre necesitaba un psiquiatra? ¡Venga ya!
Me senté en el suelo, algo que a primera vista era bastante estúpido dado que tenía un colchón justo en frente de mí. Pero debía estar atenta, preparada para cualquier cosa, o quizás grito.

"¡Vienen a por mi cariño!" Su voz, sonó fuerte, estridente, y penetró en mis oídos traspasando mis tímpanos con dureza.

Angustia.

Pánico.

Terror.

Eso era todo lo que su tono me decía, tanto, que por un momento dudé de si sus palabras eran ciertas.

"¡No dejes que me lleven!" escuché de nuevo.

No pude más, no podía con tanto sufrimiento. Por un momento pasó por mi cabeza la idea de irme de casa y regresar por la mañana, cuando todo hubiera acabado. ¿Pero parecería eso egoísta? ¿Lo era?
Suspiré profundamente y volví a mi cama, aun abrazada a mi cojín. A oscuras intenté encontrar donde se encontraban las mantas y me tapé, cubriendo mi cabeza, creando un pequeño fuerte mental que me protegiera de todo el exterior. Estuve ahí un rato, un tiempo indefinido, incluso sentí que podría acostumbrarme a los ruidosos gritos. Quizás me dormí varias veces, aunque sin ser consciente de ello, así que después de pensarlo lo decidí.
Con todas las fuerzas que pude encontrar me levanté de nuevo.
No podía más. Esto no podía seguir así.
¿Debía entrar en la habitación de mis padres para pedir permiso e irme?
¿Quería entrar? No, una nota sería suficiente.
Salí a hurtadillas. Fuera, en el pasillo, todo era más real y los gritos más fuertes. Me pregunté cómo estaría mi hermano viviendo la situación así que antes de irme decidí irrumpir en su, como él lo llamaba, "templo". Escuché ronquidos. Estaba tirado boca abajo en su cama, con los ojos caídos y cerrados. Dormido. ¿Enserio?, me pregunté enfadada. Era imposible que fuera tan malditamente vago como para estar durmiendo –y tan placenteramente–, en una situación así. Me acerqué a una figura que él tenía expuesta en su estantería, y antes de salir corriendo la tiré. Solo quería despertarlo, y funcionó. Recordando mis originales intenciones me dirigí al salón y escogí el papel de una pequeña libreta que teníamos en la mesa. Arranqué una hoja con cuidado.
No me sentía para nada somnolienta, como cualquiera habría pensado. Estaba muy despierta, y ese era el problema.

"Estoy fuera, vuelvo por la mañana, no os preocupéis, quería tomar el aire"

Lo tracé con un lápiz, evitando que los gritos me distrajeran. La dejé en la mesa, pues sabía que, en caso de que alguien se despertara la vería enseguida. Cogí las llaves y las observé por un momento, preguntándome si era acaso una buena idea.

—Es mejor que quedarme aquí. —me dije a mi misma, antes de abrir la puerta y salir.

No me había cambiado la ropa del día anterior, no había podido. Así que no tendría problemas con el frío.
Hice todo lo que debía: subir al ascensor, marcar la planta, y bajar.
Por la calle corría un gélido y áspero aire. Afortunadamente, eso no me recordaba a la situación de mi madre, eso habría pasado si hubiera hecho calor, tanto como para pensar que me encontraba en el mismísimo infierno.
Pero hacía frío. Y eso era algo bueno.
Recorrí las calles observando mis alrededores, atenta a cualquier movimiento, aunque –aún mis acciones–, no tenía miedo. Se decía que las peores cosas pasaban de noche, pero se equivocaban. Divisé un pequeño parque a lo lejos. Lo recordaba porque de pequeña siempre me llevaban ahí y porque estaba de camino al instituto. Me acerqué a él y me senté en uno de los dos columpios que había. Me impulsé y cerré los ojos, otra vez me sentía como una niña pequeña; con el aire dándome en la cara y la sensación de estar volando. Me sentía libre.
No, me recordé. Solo estaba en un columpio.

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora