Capítulo 8

62 15 6
                                    

—Esto es lo que vamos a hacer. —decía Daimon, mientras yo intentaba asimilar la situación—. Nos hemos quedado solos en la ciudad, así que mañana intentaremos coger todas las cosas que podamos de las tiendas, ¿entendido?

—¿Eso no sería robar? —pregunté.

—¿Ah sí? Entonces las trescientas cajas de pastillas de tu mochila son compradas. —ironizó.

No contesté. Él tenía razón.

—Bien, pero, ¿Y si la comida ya está infectada?

—Tendremos que arriesgarnos, o moriremos antes de hambre. –Asentí.

—Y nos iremos por la noche. —completó Ella—. Así espero que haya menos gente por la calle que pueda contagiarnos.

—O a la que podamos contagiar. —opinó John—. Os recuerdo que hemos estado en contacto cada uno con dos infectados que han acabado, bueno, muertos.

—No sabemos si papá está muerto. —le interrumpí.

Él me miró con lástima, algo que no era necesario. Que quisiera creer que podía seguir vivo no significaba que lo creyera. Y mi hermano, casi leyéndome la mente habló.

—No vamos a ir a casa Jane. No sabemos lo que podemos encontrar. —dijo duramente, intentando ser firme con sus palabras, pero con un brillo de tristeza asomando su mirada.

—Quizás a papá, haciéndose un café, como todos los días, mientras lee un periódico. –comenté en un tonto rezo.

El silencio fue corto, pero pareció eterno. ¿Acaso era esa la mayor estupidez que me había atrevido a decir? Me abracé a mí misma, protegiéndome del frío y de la aterradora, agobiante situación que me envolvía mientras comenzaba a columpiarme.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté—. ¿Estaremos toda la vida huyendo del virus?

—Probablemente te mueras antes de sobredosis. —contestó Daimon sonriendo divertido en un intento de alegrar el denso ambiente.

—¡No tiene gracia! —exclamé—. No me drogo, solo me gusta prevenir.

—Oh, venga ya, gritona. —Rodé los ojos, podría haber elegido cualquier apodo, pero se había decantado por el peor—. ¿Entonces qué haces despierta a esta hora?

—No lo sé, quizás sea porque me has obligado. Y probablemente si te hubiera dicho que no, estaría drogada con la cosa esa que estabas mezclando antes, idiota. —Pese a que había acabado mi oración insultándole, él seguía sonriendo divertido. Me recordó al gato del país de las maravillas, solo que más desconcertante.

—Fuiste tú la que vino a mí, pidiendo ayuda, no yo el que te la ofreció. –Bufé, fingiendo que no me importaba ni interesaba lo que decía.

—Bueno, ¿entonces qué? —interrumpió Ella—. Jane tiene razón, la verdad es que no pretendo vivir en una de esas películas apocalípticas. Aunque no estaría mal. —admitió—. Pero prefiero que se quede todo eso detrás de la pantalla, no fuera. 

—Entonces tenemos un problema. —contestó Daimon—. Creo que ya es muy tarde.

—Seguro que están investigando los médicos ya. —dije.

—Pues no sé qué van a deducir. Por ahora solo sabemos que todo comienza con insomnio y a los dos días la gente decide suicidarse. Sin contar que la mayoría de médicos podrían estar ya muertísimos. —opinó John –el cuál estaba tirado en el pequeño tobogán infantil– con honestidad.

—Eso es lo que sabemos nosotros, pero los médicos habrán investigado más.

—Tengo una idea. —nos interrumpió de nuevo Ella, aun sentada en el columpio—. ¿Por qué no discutimos todo esto mañana y nos vamos a dormir?

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora