capítulo 28

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—¡Dejar que me mate! —Se escuchaba desde fuera. Mi respiración era agitada, nerviosa, y aterrada. Entendía la situación, era lógica, predecible. Pero mis recuerdos salían a la luz. Todos esos horribles recuerdos que no había querido revivir junto a la psicóloga; bueno, ahora lo estaba haciendo a la fuerza.

—¿Cuánto durará? —le pregunté a Ella que observaba aquella puerta cerrada con una mueca dibujada.

—Hasta que se muera.

—¿Tanto?

No recibí una respuesta, así que con la mirada observé la recepción del hotel. Janette se sentaba en el suelo en silencio, también Silvain, John y Camile. Era ese silencio el que permitía que la agonía del señor al chillar se pudiera oír tras la madera de la puerta. Me estremecí y acorralé contra la pared intentando protegerme del sonido.

—¿Le habéis dado la pastilla? —dijo John.

—¿Quién se encargaba hoy?

—Daimon.

—¿Daimon? —le pregunté al nombrado mirándolo de forma acusadora.

—No le di la pastilla. Por si lo envenenaba.

—¿No le has dado la pastilla para castigarnos?

—Pues sí, ya viendo tan horrible que soy, que no te extrañe.

—Dale la pastilla. —ordené.
El chico bufó ante mi orden y sacó la pequeña cápsula de un bolsillo de su pantalón. Llevaba puesta toda ropa negra, y caía de manera despreocupada y desordenada. Su mirada denotaba apatía y pereza, quizás la misma que había visto justo al conocerle.

Entró al salón con sumo cuidado, intentando que el anciano, —que gritaba llamando a dios, preguntándole por qué nos había abandonado—, no se sobresaltara. Como si fuera un león en busca de su presa.

—¿Florent? —musitó, que era como se llamaba el anciano. Observaba los alrededores con una mirada fugaz, a la espera de que se abalanzaran sobre él en cualquier momento.

Le miré de arriba abajo. Él había intentado matarme, y, en cambio seguía conviviendo conmigo. Yo lo había decidido, y me mantenía firme pese a las quejas de Silvain, o Janette. Echaría a Daimon cuando dejara de estar confusa respecto a él. Cuando me diera una razón por la que había intentado lo que había intentado. “Estás haciéndote daño a ti misma por él” Decía Camile que, aunque lo comprendía no compartía mi opinión. Yo no estaba de acuerdo con ello; solo quería entender sus razones, las cuales aún no había mencionado; únicamente quería saber por qué. Cuando eso pasara sería yo misma la que lo echara del hotel, sin mirar atrás o preocuparme por su futuro.

—Creo que lo hemos perdido. —dijo mientras se confiaba en el salón, erguido—. No lo veo por ninguna parte.

—Está encerrado en el salón, a no ser que Insomnia lo haga invisible, debería seguir por ahí.

Suspiré y me acerqué a él. John me siguió para poder protegerme, no de Florent, sino de Daimon. Le aparté de un empujón, no necesitaba su ayuda ni su protección.

—Jane… —me pidió John.

—No. Yo no estoy encerrada con él, John, él está encerrado conmigo. —bromeé.

—Principalmente, ninguno está encerrado. —añadió Daimon mientras entraba aún más al saloncito y buscaba por las esquinas.

Escuché un siseo desde el suelo que impidió que siguiera caminando o hablando. Mis ojos se abrieron y mi posición cambió. Estaba en alerta.

—¿Está ahí? —susurró Daimon sin eliminar el contacto visual que mantenía conmigo, atentó a cualquier cosa.

—Bajo la mesa. —contesté.

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora