Capítulo 20

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Observaba mis manos, llenas de sangre, con gotas de lágrimas espolvoreadas sobre ellas. Acababa de matar a un hombre. Quise mirar su cuerpo —inerte en el frío suelo— pero no pude. Era suficiente con ver un charco creado de aquel líquido rojo, rodeándome, manchando la ropa que llevaba puesta. El arma seguía en mi mano, sujeta con gran fuerza, y mis nudillos blancos por ello. Sentí como algo se me posaba en el hombro, pero no hice ademán de inmutarme. Seguía intentando asimilar lo que acababa de pasar. 

—Jane. —susurró Daimon arrodillándose a mi lado—. No has hecho nada mal, ¿entiendes? 

—Le he matado. —musité, aguantando las lágrimas, sintiendo un fuerte nudo en mi garganta que impedía que dijera algo más que aquello. 

—Nosotros también. Ha sido en defensa propia. Era ellos o nosotros, no nos habrían dejado salir con vida, lo sabes. —Intentó justificar el chico.

—Pero le he matado. —repetí mirándole. Él frunció el ceño, mostrándose así preocupado, y yo simplemente seguí aguantando su mirada, intentando que su cara me distrajera de lo que tenía en frente; de lo que acababa de hacer. 

—Estamos enfrentando a un virus, tenemos una vida bastante difícil, era cuestión de tiempo que esto pasara, no te culpes, solo te estabas defendiendo de ese gilipollas. —Marcó la última palabra. Asentí en silencio, y con mucho esfuerzo, aun sin tener fuerzas intenté levantarme.

—Agh. —gruñí, poniéndome una mano en el profundo corte que cruzaba mi cintura, el cual seguía sangrando. 

—¿Estás bien? —preguntó John que había estado observando la escena con curiosidad. Un gran corte le recorría por todo el brazo.

—Claro. Me han apuñalado y he matado a "quien fuera". Estoy de maravilla. —ironicé, malhumorada por una pregunta tan estúpida. 

—Vale, vale, no es mi culpa que hayan intentado matarte, no lo pagues conmigo, te recuerdo que a mí también. 

—Sí. Lo sé, lo siento. —contesté, sintiéndome un poco arrepentida—. Voy a ducharme y a curarme esto. —decidí tratando de no dejar a mi mente volver a esos pensamientos que me atormentaban. Aseguraban que era una asesina. 

—Hay un botiquín en cada baño. —Me informó Camile desde la mesa—. Puedes usar el del tuyo. —Le sonreí como respuesta, y aguantando el dolor corrí cojeando hasta la puerta. El silencio de fuera contrastaba con el ruido que llenaba en aquellos instantes mi cabeza, y el que había sonado hacía unos minutos en el salón. Un flash apareció en mi mente: Gritos, el filo de los cuchillos contra otras superficies. Mi madre, sus ojos. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Respiré profundamente con dificultad.

No tardé más de lo esperado en llegar a mi habitación. Dentro, cerré los ojos, concentrándome en lo que Daimon me había asegurado. 

—Ha sido defensa propia, Jane. —me repetí mirándome al espejo—. Era él o tú. —Hablar en tercera persona me hizo preguntarme si quizás me había vuelto loca. Tal vez así fuera. Admiraba a quien después de tanto siguiera conservando un poco de cordura. 

Me metí en la ducha. Por esos instantes, en los que mi piel escocía al contacto con el agua caliente, me permití compadecerme. Dejé redimir unas cuantas lágrimas, que no todas. El agua, que desaparecía como un pequeño remolino por el tapón, iba tintada de un color rojo, llevándose con ella mi sangre y la de mi víctima. Pensé que, conforme se llevaba la sangre, se llevaba mis acciones; mi culpabilidad.
Salí y aun con frío decidí secar mi cuerpo al aire, para no manchar ninguna de las toallas —que como acostumbraban los hoteles— eran blancas. Busqué entre los cajones el botiquín del que Camile me había hablado y lo encontré enseguida. Era una caja gris con una cruz roja sobre ella; me recordó a las pastillas. Dentro había alcohol, vendajes, y tiritas. Mis heridas ya estaban limpias, así que solo las desinfecté aguantando con una mueca el dolor, para después rodearlas con una fina venda. No sabía si sería suficiente, no obstante, en ese caso me daría cuenta. 

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora