Capítulo 23

39 5 23
                                    


Su cara y la mía estaban muy cerca. Demasiado cerca, tal vez demasiado lejos. Nuestros alientos se mezclaban, y mi corazón no paraba de latir con fuerza. No obstante, estaba prestando más atención a sus ojos, oscuros, que brillaban mientras me observaban con firmeza. Mil pensamientos cruzaban mi mente, no comprendía nada. La confusión me ahogaba haciendo saltar mis nervios. ¿Me lo estaba imaginando? ¿Estaba malinterpretando la situación? No, era imposible ver aquel momento de otro modo. Entonces, una imagen, muy nítida, apareció en mi mente. Silvain. Mi corazón se rompió sin necesidad de haber sido rechazada. Estaba Daimon, sí. Pero también estaba Silvain. Cerré los ojos, frustrada. Me aparté. Él me miró confuso, y yo al grisáceo cielo. No era realmente Silvain el problema, más bien la excusa. Lo que me impedía seguir no era sino la situación. Estábamos en un apocalipsis, y la muerte nos perseguía como una sombra, escondiéndose entre los rincones, esperando a que nos infectáramos. Tenía que centrarme, y no podía permitirme distracciones. No en aquel momento. Daimon no dijo nada, yo tampoco, aunque sentía que tenía que excusarme: no pude, no sabía que decir, y no quería tener una charla, prefería mil veces quedarme callada y fingir que no había pasado nada, superarlo y olvidarme de ambos chicos, que solo servían para atontarme.

Al final, y aunque costó, logramos encontrar una pequeña tienda abierta, llena de grafitis, además de maltratada y desgastada. La miré de arriba abajo, juzgándola.

—¿Entramos? —pregunté.

—Hemos venido exactamente para ello, Jane, ¿tú que crees? —contestó burlón con una mirada divertida. Yo lo observé fijamente. Antes le habría aplaudido para celebrar que me había llamado por mi nombre. Esta vez se me encogió el corazón.

Cogí la iniciativa entrando y miré a los alrededores. Como el resto de tiendas todo estaba tirado. Quedaba poca cosa, de las cuales únicamente podíamos rescatar lo básico, como algunas latas de comida. Hacía tiempo que el agua oxigenada había dejado de importarnos.

—Tú ves por ahí. —ordené señalando la parte derecha del supermercado, oscuro y bastante empolvado—. Yo iré por la izquierda.

—No. Mejor juntos, no me voy a meter ahí yo solito, ¿quieres que nos maten?

—Para nada. Solo no sabía que este supermercado estaba lleno de asesinos, eso lo explica todo.

—Bueno, aparte de nosotros, no sé quién más.

—¡Daimon! —le reñí—. Te acabas de llamar a ti mismo asesino estúpido.

Y a mí también, pensé.

—Solo digo que aquí quien corre peligro son ellos, no nosotros.

—Sí, olvidaba que sabías luchar contra fantasmas, porque esa, y que los supuestos asesinos sean invisibles, son las únicas posibilidades.

—¿Soy invisible?

—¡Daimon! Basta. Solo fue una persona. —Bufé, y antes de que pudiera seguir recordándome aquel espantoso momento, que aún perduraba en mis pesadillas, me fui. Se las tendría que ver solito contra los fantasmas o asesinos.

Los estantes estaban vacíos. Lo único que quedaba era lo que había tirado por el suelo, cuyas cosas no cogí por miedo a poder empezar otra pandemia. Aquellas no estaban tan solo podridas, sino probablemente llenas de bacterias, y no de las buenas. Mi Virusario únicamente tenía espacio para Insomnia, no para más, así que las dejé en el suelo, permitiendo a la naturaleza seguir su curso. El único estante, que estaba casi lleno era el del baño. Parecía que la gente se había llevado comida, pero nada de limpieza personal, eso me sorprendió bastante. Arrastraba un carrito en el que pude meter champú, gel, jabones, cremas, y todo lo que pude encontrar, incluso algunas mascarillas cutres. Seguí el recorrido hasta llegué a una parte que llamó mi atención; La del alcohol. Sí, aquello no era saludable, era —desde luego— una mala idea, pero quizás me ayudara a ordenar mis pensamientos, o a mi corazón a entrar en razón, y a olvidar todo lo que estaba pasando. Antes había pensado que mi vida era aburrida, común, y gris. Ahora mi vida no era ninguna de esas cosas, no obstante, echaba de menos lo perdido, como se decía: no aprecias algo hasta que lo pierdes. Yo había perdido lo que menos había apreciado, cuando había sido lo que más había tenido que apreciar. Lo dudé unos momentos, me pregunté cuáles eran las razones por las que me había negado a beber al principio, ¿Insomnia?, que más daba Insomnia, ¿Qué posibilidades había de que, por beber un día, muriéramos todos? Muy pocas. Respiré profundamente y cogí la primera botella que vi, trasparente y con pequeñas decoraciones en el cristal. Una vez hecho eso, acabé, y salí a la calle a esperar a Daimon. Todo estaba lleno de un inmenso silencio. Unas espesas nubes que anunciaban tormenta. Me sentía nerviosa aun sin saber por qué. Estuve pensando, reflexionando sobre todo lo que me permitía mi mente. Después de varios minutos salió Daimon, sonriente con tres latas. Le miré enfadada.

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora