Capítulo 21

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Ella dormía. Me levanté de la cama en silencio, con una pequeña linterna iluminando todos los rincones. Miré hacia la cama para comprobar que no estaba molestando a mi amiga, que seguía dormida. Yo no había podido conciliar el sueño.
Salí de la habitación con pies de plomo, repitiéndome a mí misma que era una pluma, algo que parecía una estupidez, pero que según mi cabeza me ayudaría a no hacer ruido. (Soy una pluma, Soy una pluma), me dije.
El pasillo estaba oscuro. Gracias a la falta de electricidad que llevábamos sufriendo desde inicios de la pandemia —probablemente porque la mayoría de electricistas estaban muertos—, no habíamos podido encender nada más que la pequeña linterna que yo llevaba en la mano, la cual se recargaba con el movimiento al darle vueltas a una pequeña palanca. Estaba claro que la sociedad no había predicho la abrumadora aparición de Insomnia, pues en cualquier otro caso habrían hecho muchos más objetos en los que se emplearan placas solares, etc.
Llegué bajo con la vista medianamente acostumbrada. Al entrar al pequeño salón un escalofrío recorrió mi cuerpo, recordándome lo que había pasado la semana pasada; lo que había hecho. Estaba intentando olvidarlo comportándome con normalidad,  fingiendo que nada había pasado; intentando retener todas mis emociones en una pequeña bola invisible para cualquiera. Sin embargo, tenía la sensación, de que esa bola se había comprimido tanto, que en cualquier momento colapsaría convirtiéndose en un gran agujero negro. Decidí que lo mejor era ir a la biblioteca. De esa forma podría mirar las estrellas sin enfrentarme al peligro de salir sola, de noche, a la calle. 

No podía, por la gris oscuridad, distinguir los colores de los libros, que a la sutil luz de las estrellas todos eran negros. Y el negro ni siquiera era un color. Me tumbé en el sofá mirando hacia arriba. Llevaba dos días sin dormir. Eso me preocupaba, no obstante me daba miedo decírselo a alguien, o me matarían. Estaba pensando en aumentar la dosis de las pastillas, contando también las esperanzas vacías de que todo se debiera a mi estado emocional, que no era el mejor. Abrí el Virusario, al que había decidido titular "Insomnia" y leí toda la información que habíamos recopilado. No era mucha. Si quería sobrevivir, tenía que ponerme las pilas. Intenté recordar alguna observación sobre el virus y repetí mi historia en busca de relaciones.

—Mamá no podía dormir, comenzó a alucinar y murió. —susurré para mis adentros. Esperé unos segundos analizando aquella frase para entenderla lo máximo posible—. Unos días después papá también tuvo Insomnia. –No paré de reflexionar sobre aquello, por una parte, parecía haberse contagiado, y por otra, dado que la mayoría de personas infectadas no tenían ninguna relación entre sí, que él lo hubiera cogido podría haberse considerado una casualidad—. Mierda. —musité—. Nada tiene sentido.  

¿Cómo podía un virus afectar a personas al azar? 

—A ver. —Reflexioné—. Como en un crimen, ¿Qué estaba haciendo mamá el día que se infectó? —Cerré los ojos para que se me hiciera más fácil pensar. No me equivocaba al intentar compararlo con un crimen, porque lo era, y ahora tenía que encontrar una coartada para Insomnia—. Mamá había estado trabajando hasta tarde ese día, recuerdo que le pidió a papá que hiciera él la comida del día siguiente, y que ella se encargaría de la cena, porque se iría a dormir nada más volver del trabajo, a las 7 am, y debía descansar. Papá antes de morir no hacía nada más que cuidar a mamá y sufrir por ella. 

—¿Jane? —Escuché a alguien en el fondo. Era Ella. 

—¿Sí? 

—¿Estás hablando sola? 

—Sí. —Esta vez fue una afirmación—. Necesito entender a Insomnia. 

—¿Y cómo te va en eso? —preguntó sentándose en el sofá y obligándome a recoger las piernas.

—Ni bien ni mal. Bueno, mal —admití—. ¿Qué hicieron tus padres antes de, ya sabes, morir? —dije con cautela. 

—Alucinar. 

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora