Capítulo 1

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—Dilo.

—No. —contesté

—Jane. —dijo la psicóloga—. Esta es la única terapia que te puede ayudar.

—También puedo hacer como que nada ha pasado, aceptar que mi madre está muerta, y seguir adelante. ¿¡De qué forma me ayudará tener que revivirlo todo!? —grité por tercera vez en el día—. ¿¡No es acaso suficiente con vivirlo y punto!?

—Mira, sé que es muy duro, pero-

—No, no lo sabes. —interrumpí enfadada.

—Vale, bueno, hablaremos del tema cuando estés lista. —decidió mientras tomaba apuntes en una pequeña libreta.

A saber las cosas que estaría escribiendo en ella sobre mí. Fueran las que fueran. Eran falsas.

—No hay más cosas de las que hablar, no necesito ayuda, estoy bien.

—Todos sabemos que no estás bien. —opinó con voz dulce, algo que me ponía de los nervios, era una dulzura tóxica, de "yo tengo la razón y punto, tú no, por eso me das pena"—. ¿Qué me dices de las pastillas?

—¿Qué pastillas?

—Tu padre me habló de ellas, dice que te tomas siempre una antes de irte a dormir. 

Respiré profundamente. ¿Cómo se había atrevido papá a contarle a aquella persona algo que solo debía saber yo? Nadie más, ni él ni ella. Como se atrevía a haberme espiado. Mis acciones eran solo mías, y nadie tenía derecho a meterse en ellas. Si estaba acabando la caja de pastillas que íbamos a darle a mama era por una buena razón: Evitar a la muerte; pues todas las noches, antes de dormirme, me observaba desde la puerta esperando a que no me pudiera dormir, para matarme de la misma forma que los había hecho con mamá.
Era algo completamente natural intentar evitar cualquier carencia de vida. Porque yo no quería morir.

—He acabado por hoy. —decreté mientras me levantaba de la silla segura de mi decisión y me dirigía hacia la puerta.

Antes de que pudiera salir, ella dijo las últimas palabras.

—El miedo a no poder dormir es uno de los peores. No le dejes ir a más.

La miré, aun enfadada, y no dije nada, mi respuesta fue simple: Abrir la puerta, y salir. Fuera me esperaba mi padre, quien no me permitía ir sola al psicólogo, por miedo a que me desviara e hiciera otras cosas. Odiaba tener que ir, y él lo sabía. Me lo encontré en la recepción junto a muchos adolescentes más. No conocía a ninguno. Los miré detenidamente, y me pregunté qué les pasaría o habría pasado para que estuvieran en el mismo lugar que yo.

—¿Qué tal?

—Como siempre. —contesté mientras esperaba a que se levantara y nos fuéramos por fin.

—¿Y cómo siempre qué es?

Su mirada era preocupada, y sus ojos, a través de las gafas, se veían hundidos por la tristeza. Había perdido a su mujer.

—No me ha ayudado, dice que tengo que contarle lo que pasó con detalles y revivirlo. —Fruncí los labios—. No pienso hacer eso, una vez fue más que suficiente para mí.

—Quizás tenga razón, cariño.

—¡No te pongas de su parte! —exclamé, aun sin gritar. Ya estábamos fuera, volviendo a casa—. Le dijiste lo de las pastillas. Me espiaste de noche.

Un silencio acompañó esas palabras.

—Pensé que era lo correcto. No quiero que dependas de unas pastillas.

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora