Capítulo 3

64 17 9
                                    

Me encontraba fatal. Solo quería dormir. A mis piernas les costaba responder, tanto como a mi cerebro. No tenía apenas fuerzas para mantenerme en pie. No había sido una buena idea pasar la noche despierta cuando los días anteriores había estado tomado pastillas fuertes para dormir. Quería descansar, correr a mi habitación, o bueno, arrastrarme hasta ella para tumbarme y dormir por días. Aunque no podía, eran las 11, y eso habría vuelto aún más loco mi ciclo de sueño.
John estaba en la cocina, observando como su desayuno se calentaba dando vueltas en el microondas, como si fuera algo que nunca antes había visto.

—Pareces un bobo. —dije.

Él me miró y tardó unos segundos en responder.

—Tu una loca.

Quería decir algo, pero no tuve fuerzas suficientes, así que solo gruñí y busqué con la mirada una pequeña cápsula de café. Encontré una tirada junto a la cafetera, así que me dirigí a ella y la cogí, con una mueca.

—¿Desde cuándo te gusta el café?

—No me gusta. —respondí mientras ponía cogía una taza.

—Pues no tomes café.

—Quiero tomar.

—Eres rara.

De nuevo no contesté. Mi café ya estaba saliendo, caliente por lo que se podía ver. Una vez estuvo hecho, me lo llevé al salón, y poco a poco me lo fui tomando, todo esto, intentando que solo fuera "algo que me tomaba" y nada más, para tratar de alguna forma de no sentir su sabor.

—Eres una exagerada. —rio mi hermano mientras entraba al salón, y se sentaba conmigo en la mesa, llevando un trozo de pizza con él.

—No lo soy. Intenta tu desayunarte un pescado entero.

Puso una mueca de asco al imaginarse aquella situación.

—Bueno. —se burló—. Yo no desayunaría un trozo de pescado.

Bufé y seguí bebiendo de mi café, sabor al cual ya me estaba acostumbrando.

—¿Dónde está papa? —pregunté—. Son las doce.

—Durmiendo, aún está recuperándose de lo de mamá, supongo.

—Sí, creo que estamos todos igual.

Tumbé mi cabeza sobre la mesa. Hacía unas horas que Ella y yo nos habíamos despedido, yo había decidido quedarme un poco más. No por otra razón que la pereza de volver a casa.
Había estado a punto de contarle a Ella todo lo de mamá, para que supiera de la situación, o entendiera por qué unos días iba y otros no. Pero lo único que habría conseguido, era alarmarla. Y yo no quería eso. Recordé algo que llevaba repitiéndome horas.

"Debo comprar pastillas"

Así que eso hice, una vez hube tenido la sensación de que el café, por fin, había hecho su efecto, me levanté y con la misma ropa que llevaba puesta salí. El aire era gélido, desmintiendo lo que habían dicho en las noticias sobre que las temperaturas subirían. Me abracé a mí misma, apretando aún más mi suéter contra mí y aceleré el paso con la intención de llegar a la farmacia.

No tardé mucho.

La puerta se abrió cuando detectó que yo quería entrar, y así lo hice. El interior era cálido, como la última vez, así que pude respirar tranquila. Di vueltas buscando la característica caja roja que yo casi había acabado, y miré por todas las estanterías. No la encontré; algo que esperaba dado que la última vez la había recibido de manos del chico que trabajaba en la farmacia, y, por si fuera poco, era con receta. Respiré profundamente y me puse tras la barra, esperando que alguien saliera, alguien que no fuera él.

INSOMNIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora