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No se oía nada, salvo el viento chocando entré los árboles.
Pasaron unos minutos hasta que Quirón habló.
—¡Ocean a la casa grande, ya! —ordenó Quirón.
Ay dioses.
Quito su mirada de mi y se dirigió a Percy.
—Grover y tú lleven al Oráculo al ático —ordenó.
***
—Entonces Ocean, ¿cuál es la profecía? —preguntó, mirándome con suma atención.
Empece a contarle todo. Desde la parte que tiene sentido hasta la parte que no tanto.
Al terminar, Quirón se quedo callado, sumergido en sus pensamientos. Pensándolo bien, tal vez él deduzca la profecía. No por nada es uno de los profesores más sabios del campamento.
—Rebuscar en los cubiertos —murmuró.
—Ve. Esto no tiene sentido —reproche—. Y aparte. Primero dijo: ojos dorados; y ahora resulta, que son rojos.
—Repite la primer profecía, Ocean —pidió, aún con la mirada perdida.
Me aclaré la garganta antes de empezar.
—Cuando la hija del mar llegue a la ciudad donde no llega el sol. Y se encuentre cara a cara con él chico de ojos dorados y este la salve. Dos mundos distintos pero iguales se unirán. Y es ahí cuando el caos comenzara y el amor surgirá.
Quirón volvió a analizar la profecía.
—En ambas habla de dos mundos —murmuró, viéndome esta vez.
—¿Cree que sea el mortal y el celestial?
—No lo creo. En la otra habla de una guerra, y los mortales no están en una.
—Entonces... cree que es algo sobrenatural —pregunté en un susurro.
—Puede ser... ahí los ojos rojos tendrían más sentido —exclamó Quirón.
Quirón volvió a guardar silencio. Como si estuviera hurgando en lo más profundo de su mente para encontrar las respuestas.
—Ocean, repite lo que te dijo después.
—Cuando estés perdida y no sepas dónde empezar, entre los cubiertos has de buscar.
Suspiré tallando mi cara con frustración. Esto cada vez tenía menos sentido.
Quiñón estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dió cuenta cuando un chico de la cabaña de Ares entró.
