XXIII: Debilidad y Fortaleza

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Tener que dejar a la persona que más quieres en el mundo es el sacrificio más duro que te puede tocar hacer, pero hacerlo para poder estar bien para merecerla es en cambio el acto de amor más puro y hermoso.

Por tanto tiempo esperé ese milagro en el cual finalmente pudiera sentir que ya no duele. Esperé con ansias este instante en el cual pudiera dejar de respirar y ya no abrirle más los ojos al mundo para que esos recuerdos no continuaran haciéndome daño, la oportunidad llegó cuando se me diagnosticó la leucemia. Bien se sabe que me rendí. La muerte estaba ofreciéndome su mano helada y yo estiraba la mía para sostenérsela, pues era todo lo que por tanto tiempo busqué, hasta que de pronto apareció ese ángel y me sostuvo esa mano.

Ella con su amor, su dulzura y que me enseñó un nuevo tipo de dolor; del tipo de cuando sientes tanto por una persona que sientes que duele, no ese dolor con el cual por tantos años viví y que no dejaba de estar ahí cada segundo de mi vida recordándome su existencia. Ashley me ayudó a querer darme una segunda oportunidad como me pidió la abuela. Y más que porque ella me lo pidiera fue porque de pronto ya no me podía imaginar muriéndome y que dejara de doler sino acortar el tiempo con ella. De pronto la única imagen que ya podía tener en mi cabeza era ella conmigo por mucho tiempo. Convirtiendo en eternas sus miradas, sus abrazos, sus besos... su dulzura.

Mudarme en aquel lugar me llevó a ella, a ese motivo que inconscientemente siempre estuve buscando para que valiera la pena seguir nadando pero esta vez, en la orilla y no en un fondo sin salida. Se convirtió en esa mano que me sacaría de la oscuridad y me llevaría hacia la luz, ese sol que calentaría mis días gélidos. Esa mirada colorida que traería de nuevo los colores a mi vida, que me volvería a mostrar el arcoíris y se convertiría en mi oasis. Se convirtió en mi fuerza. En mi voluntad. En mis ganas de vivir.

Ashley Lander se convirtió en vida para mí, y no lo creí. Jamás pude llegarme a imaginar que una sola persona tenía la fuerza suficiente para hacerte cambiar algo que habías querido desde hacía casi veinte años, y eso es porque esa chica es la cosa más hermosa y especial que el mundo haya creado para mí.

Dolió, dolió tan profundamente haberme tenido que ir de aquella forma, haber tenido que dejar atrás a la chica que quiero sabiendo que mi decisión le partiría el corazón, que la haría sufrir tanto como yo sufriría no poder verla cada día mientras intentaba aferrarme a cada pequeño recuerdo de los dos para poder sobrevivir a una lejanía tan cruel, pero sé que lo hice por los dos.

Fue un tiempo difícil. No voy a decir que fue fácil. Cada día lo fue, más que nada porque no podía dejar de echarla de menos, hasta en mis peores momentos lo hacía y todo lo que quería era correr a su lado, pero encontraba fuerzas para no hacerlo. Sabía que llamarla siquiera haría que fuera difícil oír su voz y no desear correr a su lado, fue por ello que aunque me moría por escuchar su voz me tuve que conformar con el sonido suyo que tenía guardado en mi memoria, al igual que al sabor de sus besos y el recuerdo de su piel sobre mis dedos que me esforcé por no olvidar.

Me fui por mí, por ella, por lo nuestro y en ello encontré las fuerzas suficientes para luchar cuando creía que de nada serbia, que estaba roto y que no había forma alguna que pudiera sanar. Lo primero que sanó fue mi cuerpo, fue una dura batalla y mucha fuerza de voluntad, pero ocho meses más tarde de haberme ido el cáncer había desaparecido de mi cuerpo y estaba libre de él. Pero con mi alma la sanación no fue tan rápida como yo hubiera deseado, y es que en el alma es donde se esconden las cicatrices más abiertas y profundas y yo tenía muchas, una sobre la otra, y cada una más profundas y dolorosas, de las cuales me fui liberando como se le quita la piel a una cebolla, capa a capa y despacio.

Cuando tomé la decisión de no rendirme. Cuando me dije que merecía intentarlo por mí, por ella, por ese amor que había crecido entre los dos de forma rápida pero profundo e intenso, de un modo que yo no creí que existiría, me dije que la mejor forma que tenía de hacerlo era volviendo al lugar donde nací, donde mi vida se desvaneció y el dolor se convirtió en mi mejor compañía.

Entre Cada Latido, Tú. ( SAI, Libro 5)Where stories live. Discover now