Capítulo XXI

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Cuando el dragón terminó de presentarse y darnos la bienvenida, el fuego que nos rodeaba desapareció sin dejar huella, como si nunca hubiera estado allí, como si hubiera sido una ilusión, aunque no del todo, porque él, todo imponente, continuaba frente a nosotros.

Se disculpó por la, digamos, calurosa bienvenida, pero, según nos explicó, nunca se recibía a nadie, ni siquiera se contestaba, solo al llamado de Keitlas, por ser quien era, había acudido por orden de su padre. Luego de la pequeña explicación, nos invitó a que lo siguiéramos y eso hicimos, atravesamos el invisible velo que ocultaba el misterioso reino, aunque desde el otro lado no se podía divisar nada, solo bastaban unos pocos pasos para estar completamente dentro, cuando entramos, la abertura por donde habíamos entrado se fue cerrando a nuestras espaldas.

Aunque cuando abandonamos la playa, era de noche, nos sorprendió una luz brillante que por unos segundos nos cegó, cuando la vista logró acostumbrarse, la admiración y la sorpresa nos colmó desde los pies a la cabeza, el paisaje era increíble, hermoso, estábamos sobre una colina bastante alta, frente a nuestros ojos, volaban de aquí para allá cientos de dragones de diferentes tamaños y colores, algunos verdes de cuernos blancos, otros de escamas rojas, de alas más y menos grandes, algunos hasta con dos cabezas, unos escupían fuego, otros hielo, era maravilloso.

No se correspondía para nada con la historia que nos había hecho "Diez", esperábamos ver una raza grandiosa pero en decadencia, y aquello, era totalmente lo contrario, pero incluso él miraba con sorpresa; no quise hacer ninguna pregunta, para no ser indiscreto, y Celina parecía pensar lo mismo, nos guardamos todos los comentarios e interrogantes para más tarde.

- Debemos ver al rey, tenemos un asunto urgente que discutir con él - dijo Keitlas respetuosamente rompiendo el silencio.

- Mi padre me ordenó juzgar si eran dignos de confianza y aún espera mi respuesta, pasarán algunos días hasta que sean recibidos por él, la montaña donde se encuentra su trono está a cientos de kilómetros de aquí, este es el reino de los dragones, el reino de Draco, en honor a nuestro primer rey y basto es, pues inmenso es el terreno que Talira reservó para salvarnos.

- Entonces ¿qué debemos hacer? - preguntó Keitlas.

- Los acompañaré hasta una llanura donde acamparán, dejaré con ustedes a dos de mis súbditos, ellos los proveerán de frutas y carnes para alimentarse hasta mi regreso. Yo hablaré a su favor frente al rey para conseguirles una audiencia, pero ¿cuál es el asunto tan urgente que los trae hasta acá?

- Es un asunto que nos atañe a todos - explicó Keitlas - es Seibrom, si sus planes se cumplen, ningún lugar o criatura estará a salvo, ni siquiera la protección de Talira será suficiente para esconder su reino.

- En ese caso debemos apresurarnos, entre más pronto parta, más pronto estaré de regreso con noticias.

Así partimos de aquella colina, caminando hacia el llano que Fernir nos había indicado, al principio nos hicimos la idea de que nos iba a llevar montados, pero nos explicó, que un dragón solo permite a un jinete en su vida, ese jinete debía ser digno de su total confianza con el que formaría un vínculo vitalicio, pero que hacía mucho tiempo que ningún dragón contaba con uno, pues habían perdido la fe en las otras razas y además, los dragones que ahora existían, no conocían lo que era ser montados, habían nacido dentro del reino.

Avanzamos con paso constante por 6 horas seguidas, sin detenernos ni a comer o descansar, bajo una luz potente que iluminaba todo como un día interminable, pero definitivamente eso ni era el Zen y mucho menos el Zott; según el dragón, esa luz había sido creada por la propia diosa, utilizando un pequeño fragmento del Zen, que el día en su reino era prácticamente interminable, que la noche como tal nunca llegaba, pues la luz continuaba sin menguar ni un ápice por alrededor de 40 horas, y atenuaba su luz, como en un atardecer rojizo y opaco por las siguientes 8 horas, tiempo en que la mayoría de los dragones reposaban.

El camino fue tedioso, estábamos cansados, los pies nos dolían, lo único que nos mantenía con algo de ánimo, era lo que nos contaba Fernir y observar los hermosos paisajes que inundaban nuestra vista, además de los diferentes tipos de dragones que volaban en la distancia.

Continuamos así por alrededor de una hora más, hasta llegar a una extensa pradera bordeada por una hilera de montañas no muy altas, pero si lo suficientemente grandes como para proporcionar una excelente sombra y refugio, allí, en las faldas de una de ellas, nos detuvimos por fin, el dragón nos abandonó por unos 30 minutos y regresó acompañado por dos dragones de menor tamaño, aunque no por eso menos imponentes, uno de color grisáceo, de cuernos y garras amarrillos y el otro, rojo de cuernos negros y garras plateadas, este último más grande que el primero.

- Estos son Almar el Plateado, mi súbdito más fiel y allegado, y Falmir el Audaz, mi hijo - dijo Fernir -. Bien, ellos serán quienes los acompañarán en mi ausencia, pídanles lo que necesiten, además pueden preguntarles lo que deseen saber.

- Muchas gracias alteza - respondió Keitlas y los tres inclinamos la cabeza en señal de reverencia.

- No deben inclinarse ante mí, ni llamarme por título alguno, pues no somos reyes de sus razas, Fernir estará bien, no los conozco, pero los dragones, aunque hemos aprendido ser desconfiados, podemos leer los corazones de todas las criaturas vivientes y en los suyos no siento maldad, además, en uno de ustedes siento una fuerza, una presencia tan poderosa que me hace confiar y presiento que para bien o para mal, ese corazón puede ser capaz de cambiar nuestro destino, aunque también puedo estar equivocado, quien sabe.

Con esas palabras algo confusas emprendió su vuelo y nos dejó en compañía de Almar y Falmir, su discurso calmó un poco nuestra impaciencia, en el rostro de Celina pude ver que sus pensamientos coincidían con los míos, definitivamente estaban hablando de "Diez", quien más podía poseer tal presencia si no era el mismo hijo de Paltros y Talira.

Habían pasado tres enrojecimientos de "La Llama", que era como nombraban a la poderosa luz, pero Fernir no daba señal de regresar, era casi exactamente una semana lo que había transcurrido en las cuentas comunes; al principio, nuestros acompañantes no se habían mostrado muy comunicativos, limitándose solo a proveernos de alimento y un excelente fuego, pero al pasar tantas horas en nuestra compañía, habían comenzado a interactuar más con nosotros, haciéndonos preguntas sobre el mundo exterior que no conocían y se sorprendían de cada detalle por muy simple que fuera, como si fueran dos niños a quien le cuentas un cuento antes de dormir.

Paltros y el Cetro Carmesí Where stories live. Discover now