Prefacio.

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La noche en la que todo comenzó.

Son cerca de las dos de la mañana cuando las luces rojas y azules se cuelan por las ventanas, maldigo el no haber corrido las cortinas, la habitación está en el segundo piso, pero no impide que destello de luz se cruce hacia el interior.

Los golpes apresurados contra la puerta de la habitación me hacen gruñir. La puerta se abre, y reconozco la silueta de la señora Wilson en el umbral.

—Señor Lombardi —me tallo los ojos, apartando el brazo de la chica que me rodea el torso y me incorporo.

—¿Sí? —A pesar de la oscuridad de la habitación, consigo ver su rostro.

—La policía quiere hablar con usted—. Mi entrecejo se arruga.

—¿Dijeron sobre qué?

—Lo siento señor, dijeron que era importante —informa.

—De acuerdo, bajaré en un segundo.

La señora Wilson asiente, se retira y emito un bostezo antes de levantarme de la cama. El frío de la habitación provoca un escalofrío, recojo las prendas de ropa que están esparcidas por el suelo y observo a Isabela dormir profundamente. Paso la mano por mi cabello, acomodándolo mientras me aseguro de estar lo suficientemente presentable como para bajar.

Un par de policía están en mi sala, la intriga por saber la razón de su presencia en mi casa aumenta conforme me acerco. Cuando reparan en mi presencia, se plantan con firmeza.

—¿Señor Ángelo Lombardi? —inquiere una mujer acercándose.

—El mismo ¿a qué debo su visita a mi hogar? —Ellos comparten una mirada.

—Lo siento, señor Lombardi, estoy aquí para informarle que su hermano y cuñada, sufrieron un accidente de auto. —Me toma apenas unos segundos comprender lo que dicen. ¿Lucca sufrió un accidente?

—Aguarde, ¿un accidente? ¿Cómo pasó?

—Carretera federal, según testigos el auto perdió el control. Ambos han ingresado al hospital en estado grave.

¿Alguna vez has sentido que el mundo se paraliza? ¿Qué sigues funcionando, pero es como si todo a tu alrededor se congelara?

—¿En qué hospital?

Ella dice el nombre, no espero nada más, ni siquiera me preocupo por cambiarme de ropa, o tomar algo más que mi abrigo y las llaves del auto, salgo tan rápido de la casa que no proceso lo que ocurre.

Manejo sobre el límite de velocidad, eso es seguro, pero necesito llegar. Necesito asegurarme que Lucca va a estar bien. Llamo a mi madre en el proceso, y a Antoni también. Todo se siente irreal, como si de pronto estuviese flotando en medio de la nada, sin ser capaz de reaccionar, sin poder hacer nada más que conducir tan rápido como puedo.

Empujo las puertas de la sala de espera, el corazón me late con fuerza mientras me acerco a recepción y en medio de gritos, le exijo a la enfermera que me dé información sobre Lucca y Jenna.

No hay nada, siguen en cirugía.

Mi madre llega acompañada de Antoni, ambos lucen en un estado completo de desesperación similar al mío, a su llegada tampoco consiguen obtener información, y es tan malditamente desesperante que no consigo quedarme quieto.

¿Cómo algo puede llegar de la nada y arrebatarte todo? Cuando el doctor al final sale, la esperanza se esfuma.

—Lo siento, señora Lombardi —las palabras me paralizan—. Ninguno sobrevivió.

Mi cuerpo pierde fuerzas, me empuja contra una torre de concreto que me hace pedazos. Mi visión se nubla, los gritos desgarradores de mi madre se clavan en mi pecho mientras repite que no es cierto, que no puede serlo. Todo se detiene, en un segundo, el mundo cambia. He dejado de escuchar al doctor, sostengo a mi madre quien parece estar a punto de sufrir un maldito infarto y por eso las enfermeras tienen que llevársela.

Todo es una maldita pesadilla. Despertaré, lo haré y esto no será real. Pero lo es. Mis oídos zumban, mi corazón late con tanta fuerza que creo que puede detenerse justo ahora.

—¿Señor Ángelo Lombardi? —inquiere una mujer de mediana edad detrás de mi cuerpo. Giro, estoy aturdido, así que asiento por inercia.

—Soy Pía Anderson, de servicios infantiles.

Sacudo la cabeza, ¿Qué rayos tenía que ver servicios infantiles en esto?

—¿Servicios infantiles? ¿Qué quiere? —no planeo sonar borde, pero maldición, acabo de perder a mi hermano ¿por qué tengo que hablar con servicios infantiles?

—Usted es el tutor legal de las hijas de su hermano.

—¿Qué? No, debe de haber un error.

Ella arruga el entrecejo, revisa algo en los papeles y me los enseña.

—Usted firmó, su hermano estableció que, si algo ocurría, la custodia pasaría inmediatamente a usted —me recuerda—. Las niñas esperan por ser recogidas, no han sido informadas de la muerte de sus padres.

Jodida mierda. Esto definitivamente es una pesadilla.

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Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Where stories live. Discover now