33.- Mi propia destrucción.

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Ángelo.

La casa se ha convertido en un lugar silencioso, sin las acostumbradas risas ni los pasos apresurados corriendo por los pasillos.

Solo silencio, uno sofocante, casi aterrador.

Me quito las gafas y masajeo mis sienes cuando el dolor se vuelve un poco más intenso, abro el cajón inferior del escritorio para tomar el pequeño bote de pastillas que fueron recetadas por el médico, y tomo un par.

Le doy un largo trago a la botella de agua, y suspiro.

No tengo ánimos de seguir revisando los documentos que Franco me ha enviado, de hecho, no tengo ánimos de hacer absolutamente nada.

Tal vez pueda vaciar el mini bar y dormir por lo que queda del resto de la tarde. No he ido a los casinos, Antoni se está haciendo cargo de todo desde que volví de San Francisco y aunque hizo preguntas, preguntas que yo no quise responder, no puso objeción en estar al frente en lo que resolvía todo el asunto relacionado con los juicios.

Salgo del estudio, tomando una inhalación y deseando que ellas estuviesen aquí. No sé muy bien lo que hago, solo camino hacia la habitación, ahora desocupada, y me quedo ahí.

Está desordenada, justo como ellas lo dejaron antes de marcharse. Los juguetes sobre la alfombra, las almohadas desordenadas sobre la cama, y los crayones esparcidos por el pequeño escritorio.

Me adentro, dándole una mirada alrededor que resulta más dolorosa de lo que hubiese esperado.

Fijo la atención en la pared y algo se retuerce con furia en mi pecho al mirarlo los dibujos. Dibujos en donde aparece Bella, Lía, Anto, Daphne, y yo.

Daphne.

Dios, la he echado tanto de menos. Cada maldito segundo desde que salió de la habitación del hospital, cada minuto que he pasado sin ella la extraño con una intensidad que me sobrepasa,

Han pasado tres días, casi setenta y dos horas desde que la vi por última vez y siento que ha sido una eternidad.

Fue lo correcto.

Me he repetido eso una y otra vez hasta convencerme, excusándome de que no soy un idiota por alejarla, porque en realidad lo único que deseo es que ella esté bien. Y no me equivoqué, los titulares volvieron, Renata habló con un par de revistas locales que parecieron estar gustosas de volver a poner "abusador" a lado de mi apellido.

Pero esta vez es diferente, esta vez hay una orden para una prueba de ADN, realizada por nuestra cuenta. Al parecer, la clínica donde Renata realizó los primeros exámenes fue cerrada hace tiempo por expedir resultados falsos, lo que comprometió la prueba inicial y ahora, con un nuevo juez que parecía lo suficientemente justo, se dio la orden de una segunda prueba de paternidad.

Era cuestión de tiempo para que todo se supiera, para que al fin acabara con la maldita pesadilla, pero mientras eso ocurría, todo amenazaba con convertirse en un infierno.

Salgo de la habitación, tratando de ignorar el sentimiento que se arremolina en mi pecho y trata de ahogarme.

—Señor Lombardi —la señora Wilson me intercepta en el pasillo—. Su hermano está aquí.

Pese a que ahora mismo no deseo tener visitas, le agradezco y voy hacia las escaleras.

Antoni está en la sala, con su habitual postura relajada y las gafas de sol que siempre lo acompañan.

—¿Algún problema con los casinos? —inquiero.

—Buenos días, me alegro de verte —dice con sarcasmo, ruedo los ojos con fastidio y él lo nota—. No, no hay ningún problema, todo marcha como debería.

Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Where stories live. Discover now