1.- ¿Por qué yo?

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Ángelo.

Perder a mi hermano, la muerte de Jenna y el caos en el que eso nos sumió fue devastador. Fueron sepultados a lado de la tumba de mi padre, Paolo Lombardi al fin estaba de nuevo con el mayor de sus hijos, con su orgullo.

No me sentí bien ni siquiera cuando volví a casa. De hecho, volver solo me hace sentir mucho peor.

Isabela se había ofrecido a acompañarme, era extraño verla preocupada por alguien más que no fuese ella, y aunque sabía que tenerla en casa podría despejarme la mente, no acepté. Me limité a decirle que la llamaría, que estaría bien y que no se preocupara.

Pero lo cierto es que estaba lejos de estar bien, no lo estaba en lo absoluto.

Y no me siento mejor de tener a las hijas de Lucca en la casa. Eran mi familia, claro que sí, pero no podía hacerme cargo de ellas. No ahora.

Apenas y la conocía, Lucca y yo siempre fuimos cercanos, hasta que decidió mudarse a una especie de cabaña en los límites de la ciudad y se nos hizo imposible visitarlo.

Y ahora estaba muerto, y yo tenía que cuidar de sus hijas.

Niñas a las que hace un par de años no veía, Lucca venía regularmente de visita, pero no con su familia. La última vez que las vi la más pequeña ni siquiera había sido concebida.

Y ahora las tenía aquí, durmiendo en una habitación de la casa sin saber qué hacer. Había llamado a mi abogado, sabía que ellas no me conocían, yo tampoco a ellas. Y no estaba en la disposición de formar una relación con ellas.

La madre de Jenna vivía en Los Ángeles, vino para el funeral de su hija y ahora estaba en la habitación con sus nietas. Ella sabía sobre la custodia, todos lo sabían, solo yo parecía haber olvidado ese detalle.

Maldigo el momento en el que accedí a la petición de Lucca, solo formalidades, dijo. Pero de haber sabido que sería realidad, hubiese insistido en que firmara alguien más.

Me aflojo la corbata, caminando hacia la esquina de la habitación en donde tengo el mini bar.

Me sirvo un trago, lo tomo con rapidez y el alcohol me quema la garganta.

Dejo el vaso de cristal vacío sobre la encimera, me quito el saco y lo lanzo con descuido sobre el colchón. Me siento en el borde, un suspiro pesado brota de mis labios mientras apoyo los codos sobre mis rodillas y sostengo mi cabeza con las manos.

Un par de toques en la puerta me obligan a recomponerme.

—La señora Dorian quiere hablar con usted —informa la señora Wilson.

—Bien, bajo en un segundo —mascullo.

Cuando se marcha, me dirijo a la encimera para llenar de nuevo el pequeño vaso de cristal y acabarme el amargo líquido de un trago.

—He hablado con las niñas —Hilary, la madre de Jenna habla en tono inexpresivo—. Les he explicado la situación.

—¿Cuándo podré contactarme con tu abogado?

—¿Con mi abogado? —inquiere.

—No las tendré aquí para siempre, lo de la custodia fue una formalidad. Son tus nietas.

—Son tus sobrinas.

—Sobrinas para las cuales no tengo tiempo —expreso con impaciencia—. Tengo una reunión en Florencia en dos días, ¿con quién se supone que las deje? Necesito resolver esto.

—Bueno, pues no se va a resolver en dos días —responde con firmeza—. Buscaré un abogado y le diré que se ponga en contacto contigo. Pero llevará más de dos días, Ángelo.

Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora