29.- La nada misma.

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Daphne.

El pensamiento sobre que lograría solucionar todo lo relacionado con la hipoteca de nuestra casa y la posible orden de desalojo que se efectuaría en dos semanas aproximadamente, cada día se caía a pedazos.

Jodi se da cuenta de que algo ocurre, y me reprendo por haber aceptado su salida a almorzar en mi único día libre.

—Si no dejas de mover el pie de ese modo harás que me ponga nerviosa —reprocha—. ¿Qué te ocurre?

—Nada —respondo intentando restarle importancia—. No me pasa nada.

—Bueno, pues has estado moviendo la pierna desde que llegamos y te has rascado los brazos desde el instante en el que me viste —señala—. Eso es síntoma de estrés grave.

—No dramatices —pido rodando los ojos.

—¿Tengo que recordarte que ante bajo estrés puedes tener ulceras de nuevo? —inquiere y hago una mueca—. Si no quieres que llame a tu madre para decirle que su hija está a punto de sufrir un colapso nervioso, entonces dime que es lo que ocurre.

Sé perfectamente que Jodi no dejará pasar algo como esto, y la conozco lo suficiente como para saber que es capaz de llamar a mi madre, y lo último que deseaba era darle más preocupaciones.

—De acuerdo —me rindo. Echo la espalda hacia atrás, dejándola descansar contra el respaldo del asiento, y le doy una rápida mirada a nuestro alrededor.

Las calles de Millán son pintorescas, alegres, llenas de gente local y turistas tomando fotografías, pero en esta ocasión, nada de eso me resulta agradable.

—¿Recuerdas las deudas que mi madre y yo teníamos con el banco? —Jodi asiente con lentitud—. Bueno, pues no son las únicas. Parece ser que mi padre antes de irse, dejó una hipoteca pendiente, y colocó a mi madre como aval en caso de fallecer o no pagar, claramente no tenía intenciones de pagar el crédito porque apenas se fue, dejó de pagar la cantidad correspondiente. Hubiese sido más sencillo si no hubiese muerto, de ese modo aún podíamos obligarlo a pagar, pero como sabrás, no hay nada que podamos hacer ahora que está tres metros bajo tierra.

Tomo una corta inhalación.

—Hace poco más de una semana, recibimos la notificación del banco. Debemos cubrir los pagos faltantes o de lo contrario, se ejecutará una orden de desalojo —mi voz suena con pesar, ante la idea de tener que perder el único sitio seguro que teníamos—. Es imposible pagarlo, Jodi, es muchísimo dinero que ni mi madre ni yo tenemos.

—¿Cuánto tiempo les dieron?

—Cuadro semanas, pero ha pasado una semana y media, y es evidente que no conseguiremos el dinero. Mi madre no quiere decirme, pero sé que aún no tiene el dinero suficiente, y no quiero que se mate trabajando más de lo necesario por una deuda que nosotras no adquirimos en primer lugar.

Mi voz se rompe y me obligo a recomponerme.

—Daph...lo siento tanto —dice mi amiga extendiendo la mano a través de la mesa—. Si hay algo que pueda hacer por ti, con gusto lo haré.

Limpio las lágrimas que amenazan con brotar y niego.

—Lo resolveremos —aseguro—. Mi madre intentó solicitar apoyo del gobierno, pero con la cantidad de deudas que tenemos, no calificamos. Y el asesor de vivienda dijo que es muy posible que perdamos la casa. Parece ser que nadie es capaz de darnos una solución.

—¿Has intentado hablar con Ángelo?

—No voy a pedirle dinero —aseguro—. No quiero...

—Daphne, estás a punto de perder tu casa, lo único que te queda como patrimonio —dice con desesperación—. No es exactamente pedirle dinero, puedes pedirle un préstamo de trabajo, muchas personas lo hacen. Solicitan cierta cantidad y luego, esta es rebajada en los cheques mensuales.

Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Where stories live. Discover now