Capítulo 2:

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El horror del paisaje se grabó a la perfección en mis retinas. Los hermanos estaban tirados en un charco de sangre. Taylor partido a la mitad; podía verse la expresión de horror en su rostro, mientras sus entrañas se esparcían desde sus adentros. El cuerpo de Hana estaba a su lado, con las manos entrelazadas, y decapitado; su cabeza rodó hasta mi pie al abrir la puerta.

Al alzar la vista, Rafael atravezaba con su brazo el pecho de Sofía. En la mano tenía su corazón ensangrentado y aún palpitante. Sus uñas eran largas y afiladas, sus ojos color carmesí resaltaban entre sus cabellos oscuros y ropa negra, y traía en su rostro una sonrisa diabólica.

Esas características... ¿Acaso es un demonio? ¿Por qué? Se supone que los demonios no tienen permitido entrar a la ciudad.

Ahora qué lo pienso... ¿Por qué nunca me extrañó? ¿Por qué no me había dado cuenta hasta ahora? A todas las novias que me ha presentado Raphael... Nunca las he vuelto a ver después de que terminara con ellas. ¿Entonces todas han sido devoradas?

Sofía, aún moribunda, giró su cuello hacia mí, y con su último aliento y sus ojos lagrimeantes, balbuceó mi nombre.

No grité, tampoco lloré; solo acepté calmadamente la situación. Por alguna razón me sentía tranquilo. Quizás ya estaba acostumbrado a que pasen cosas malas.

A su lado estaba el supuesto cliente con sus mismos rasgos. Di dos pasos hacia atrás hasta pegarme al barandal.
Los dos me miraban fijamente.

—Parece que es la primera vez que te encuentras con un demonio ¿Acaso no les dije que no subieran? Si me hubieran hecho caso, no hubieran tenido que morir — dijo Raphael retirando su brazo del cuerpo sin vida de mi novia y metiéndose a la boca su corazón. La sangre rodaba por la comisura de su labio, descendiendo por la barbilla hasta caer al piso.

—¿Debería matarlo? — preguntó el hombre a su lado.

Raphael le dirigió una mirada intensamente penetrante —Si lo tocas me comeré tus tripas.

Ah... es cierto... es una basura de persona, pero es mi amigo.

El gordo a su lado tragó en seco. Se vio intimidado por sus palabras —Está... Está bien — tartamudeó un poco.

—Como eres mi mejor amigo te daré un minuto para que corras. Piénsalo como un regalo de despedida — dijo mientras lamía la sangre de sus manos.

Como si me dejaras huir; sé muy bien que ya estoy muerto.

—Anda Alex; el tiempo corre.

Aunque mi dijera eso, mis piernas no respondían. Podía pensar, pero mi cuerpo no hacía lo que le ordenaba.

Espera... Es cierto, ya casi son las diez. Ellos deben estar a punto de salir a cazar... Quizás...

Déjame salir — resonó varias veces la voz en mi cabeza.

Cállate — le ordené y los constantes susurros cesaron.

Muévanse, muévanse, muévanse, — me repetía una y otra vez.

Instintivamente saqué de mi bolsillo la navaja que siempre traía conmigo y con ella apuñalé mi muslo derecho —¡Muévanse maldición! — lancé un grito desesperado.

Quizás aún tenga oportunidad.

A los veinte segundos logré liberarme de mis ataduras y avancé. Viví al máximo los 40 segundos que sabían que me quedaban.

Aún con la pierna lastimada sentí que corrí como nunca en mi vida. Corrí por entre los callejones chocando y volteando los cestos de basura. Trepé un muro que se antepuso en mi camino. Sin darme cuenta había atravesado medio distrito y me encontraba en un parque, casi llegando a las afueras de la cuidad situado cerca de la orilla de un río.

Madness PartyWhere stories live. Discover now