Capítulo 12:

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Alexxander:

No podía ver nada. Estaba totalmente a ciegas.

Momentos más tarde la oscuridad desapareció.

¿Dónde estoy?, — miré hacia mi alrededor, pero ya no me encontraba en el mismo callejón. Estaba en un vertedero de basura.

—Este lugar

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Este lugar... Se supone que está casi a las afueras del distrito 9. ¿Cómo llegué aquí? ¿Teletransportación?

Un montón de chatarra hacía sombra sobre mí.

No importa — extendí las alas.

—Sé que estás ahí. No tiene caso ocultarte — la presencia que sentía permaneció oculta.

Elevé el vuelo hasta encima del montículo de chatarra.

Púan hechas de sombras emanaron del suelo y emplearon el lugar donde estaba anteriormente.

—Un ataque simple como ese... nunca será capaz de rozarme.

El insignificante acechador emergió desde el umbral, era delgado y de pelo color castaño. Traía un traje de mayordomo.

Lo miré con indiferencia desde arriba.

Sigrid:

Luego de que la sombra me atrapara aparecí en un lugar completamente diferente. Nunca había estado en esta parte de la ciudad, me sentí completamente perdida. Comencé a olfatear por algún rastro de olor.

—No siento el aroma de ese idiota cerca. Debe haber acabado en otro lugar.

Volví a olfatear y capté una esencia peculiar.

¿Humanos?

—Hola, señorita. — Sentí una voz detrás de mí.

Sorprendida di un salto hacia adelante y me volteé. Era el mismo niño de piel pálida de aquel callejón.

Olfateé por tercera vez, pero el olor que poseía era humano; estaba cubierto de sangre.

—Sabes... El color de tu pelo me gusta mucho...

¿Sangre? No parece estar herido... ¿Por qué está cubierto ella? ¿No será que...?

—Me recuerda al color de la sangre — en el rostro de aquel chico se grabó una perturbadora sonrisa y sus ojos se volvieron rojos.

—¡Es un demonio!

Sus uñas comenzaron a crecer y sus colmillos se afilaron.

Con sus garras se cortó las venas del brazo izquierdo.

La sangre comenzó a desbordarse y tomar la forma de una guadaña roja, el doble de larga que su pequeño cuerpo.

—Me pregunto si tu sangre será igual de hermosa que tu pelo — dijo y luego se abalanzó hacia mí. Casi no lo podía seguir con la vista.

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