CAPITULO 4 : Enfrentamientos

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(Haley)

Luego de salir del cementerio Simon me invitó a tomar algo, para subirme el ánimo. Pero no tenía ganas, y menos cuando mi cabeza estaba echa un lío por lo que había escuchado hacía unos minutos. Sabía que era una locura, pero mi mente se negaba a dejarlo pasar como si nada. De todos modos, ¿qué podía hacer al respecto? Si era cierto, ¿qué importaba? Estaba muerto, además, ¿por qué me hablaría a mí?

—Eh, tú —no hice caso, no me hablaban seguramente—. Sí, te hablo a ti, cuatro ojos —cerré los ojos rezando para que esas palabras no fueran dirigidas hacia mí y menos de esa chica en especial.

Pero como ya se dieron cuenta, soy Haley Dickens, y mis plegarias nunca son escuchadas, al parecer... Lauren Davis se acercaba hacia mí con los brazos cruzados y cayéndole lágrimas mientras que con su pañuelo blanco lo exhibía al mundo en su mano izquierda, ni se daba la molestia de limpiárselas. Al parecer quería que todos la vieran exhibiendo su dolor al muerto de Tyler.

Yo, al darme la vuelta y encontrarme con su mirada, sus ojos oscuros y sus pestañas largas, me intimidaba a cada paso que se acercaba en donde estaba.

Busqué a mi alrededor a Simon, pero este ya se había ido cuando me negué a acompañarlo. Estaba sola, desamparada; frente a la abeja reina, mientras sus súbditos me miraban con intriga esperando ver un espectáculo.

—¿Y... yy... o? —tartamudeé abriendo la boca para decir algo.

—¿Conocías a Tyler? —me cortó, soltándolo de una.

Sí, soy una chica inteligente. Creo que soy el mejor promedio de mi clase, pero para estas situaciones era como si cambiaran mi cerebro por el de una gallina. Me quedé en blanco, no sabía qué responder y sabía que el color de mi cara me iba a delatar en segundos. Por alguna extraña razón las palabras salieron de mi boca.

—Vamos juntos en Literatura, lo ayudaba de vez en cuando en los trabajos.

«¡¿Que qué?!», gritaba en mi interior sin creérmelo, pero mantuve la compostura. Estaba tensa y nerviosa, pero al parecer Lauren Davis se lo creyó todo, porque solo me dedicó de su tiempo unos pocos segundos, levantando sus cejas mirándome de arriba abajo, y luego se marchó dándome la espalda, y sus súbditos la siguieron sin darme la mayor importancia.

Cuando ya ni un ojo estaba puesto en mí, abrí la boca para soltar el aire que había quedado guardado en mis pulmones. La lluvia se había puesto más fuerte, y se me había olvidado que estaba en la entrada del cementerio mojada y con las gafas en la mano, ya que no podía ponérmelas con la lluvia encima. No tenía frío, pero sabía de todos modos que iba a tomar un resfriado.

—¡Haley! —gritó una voz familiar.

Miré hacia el lugar de donde provenía y vi a Alejandro conduciendo el auto de mi madre. Y está saliendo justo en ese momento con un paraguas a mi dirección. Esta también vestía un vestido negro, por supuesto ajustado.

—Perdón por el atraso. ¿Entramos? —me dijo esta cuando ya había llegado a mi lado.

Yo volqué los ojos, mi madre siempre vivía en otro planeta.

—Mamá, ya, se acabó.

—¿Cómo? Pero si son las... —miró su reloj que le colgaba en el brazo detenidamente—. Ah, malditos relojes con manecillas —se enfureció—. Lo siento, hija, mire mal la hora.

—No importa, estoy bien.

—Ay mi bebé, ven aquí —se me acercó y me rodeó con un abrazo maternal. Yo con toda mi fuerza me pegué a mi madre, necesitaba un abrazo en ese momento.

Mi Ángel Guardián I : La verdad dueleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora