CAPITULO 8 : Querido Tyler

342K 12.4K 6.2K
                                    

(Tyler)

Cuando por fin mi cuerpo reaccionó salté del sillón y salí del departamento en el instante. No quería estar ahí, no quería estar en ni un lugar en concreto. En ese momento quería estar muerto. Kyle Reyes era el que estaba en el asiento a mi lado. Lo había matado. Sí, lo había hecho.

Y no había pensado en ni un momento en él, en ni uno de los chicos que estaban en el auto conmigo. No podía creer lo egoísta que había sido en olvidarme de ellos y solo haber pensado en mí. Quería desaparecer. Eso quería hacer. Necesitaba estar solo. Por lo que se me ocurrió ir a un lugar, que justo ahora necesitaba.

(Haley)

Estaba en los sillones leyendo Orgullo y Prejuicio. Sí, era romántica y me encantaba.

Estaba esperando que la cena ya estuviera lista. Estaba en la parte más emocionante, aunque cuando pasaba de página me quedaba unos segundos pensando y perdiéndome en mis pensamientos.

Con Simon me había ido bien, lo habíamos pasado genial. Vivía con sus padres y un hermano pequeño, a los que les agrado, al igual que ellos a mí. La hora se me pasó volando mientras este me lanzaba el balón una y otra vez, por lo que intenté de llegar lo más rápido a casa, y ahí me había encontrado a mamá en la televisión.

Algo extraño, ya que mamá la odia, salvo películas, pero cuando está acompañada. Veía canales solo cuando estaba inquieta o aburrida. En este caso parecía que ambas.

—¿Cómo estuvo el día? ¿Ya sabes... sin tu amigo Tyler Ross? —me preguntó esta ya cuando estábamos cenando. Había preparado arroz y quedaban algunas sobras de la semana anterior.

«¿Amigo?», me dije volcando los ojos.

Eso quisiera...

—Bien.

—Ya, vamos, no soy psicóloga, pero necesitas contarme al respecto.

—Estoy bien, mamá —dije ya cansada, mirándola con el ceño fruncido.

Esta levantó los brazos en señal de paz.

—Soy tu madre y me preocupo —se disculpó, o eso creí— así que cuéntame o pagaré un psicólogo —se cruzó de brazos como una niña pequeña.

Volqué los ojos, mamá era una adolescente. No podía culparla, tener treinta y dos años no la hacía una adulta del todo aún.

—Feliz, pero desgraciadamente los psicólogos valen dinero, y mucho —le reproché irónicamente.

Parecía que hoy era el día en que todos querían saber lo que me sucedía.

—Pues aquí tienes a una gratis. ¿De qué te quejas?

Claro, contarle a mamá que me sentía como un trapo sucio por dentro, que en este instante mis lágrimas querían salir y el nudo en mi garganta quería desaparecer de una vez por todas.

¡Oh, cuánto lo necesitaba! ¿Pero, qué le contaría? Si ni siquiera... ni siquiera llegamos a ser ni amigos. Aunque... mamá no tenía por qué saberlo. Él estaba muerto y no estaba mintiendo, solo desahogándome sobre alguien que nunca me prestó atención. Pero mamá pensaba que éramos amigos y todo el cuento. La miré. Me observaba de reojo poniendo ojos de cachorrito, que eran usual en ella.

—De acuerdo.

Me rendí, qué más daba. Mamá no sabría que en realidad yo era una perdedora y estaba triste por alguien que nunca ni me miró, salvo ese día. ¿No era una mentira omitir información, cierto? Esta soltó un chillido emocionada y fue corriendo hacia su habitación disculpándose en que primero se pondría pijama y que yo hiciera lo mismo. Ya era tarde.

Mi Ángel Guardián I : La verdad dueleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora