CAPÍTULO SEXTO

68 22 32
                                    


El mal ha resurgido de las profundidades de la tierra con forma de mujer, y una palabra ha brotado de sus labios trayendo consigo la peor de las maldiciones: magia. Así la llamaron aquellas que se hacían llamar brujas, hechiceras, bruxas, meigas... Aquellas que desde los infiernos han emprendido una marcha segadora de vidas y paz, arrasando poblados y aldeas a su paso. Interrorifun maldicea mostrum. Dícese que el fin de todo se acerca. Que de críos se sirven para calmar sus hambres. Que de esa magia se sirven para cautivar a los hombres, para acabar con la vida de las familias de bondadoso y puro corazón.

Se pide al pueblo que actúe. Edictum reactio solidarie. Que en nombre de los dioses se les concede potestad para servirse la justicia por su mano. Que la hoja blandida o el fuego encendido en contra de estas serán bendecidos por los cielos. Que el pueblo tiene derecho a actuar de buena fe contra toda aquella mujer que de magia oscura sea sospechosa. Que indicios de brujas muestren en sus quehaceres. Ya sea niña, mujer o anciana.

                                                            Apolonio Recto, Edicto de justicia Sancta


***


La luna, que casi era un aro tan perfecto como el halo que reflejaba en las nubes colindantes, derramaba su luz de plata sobre la desolada aldea.

Una suave brisa acarició los negruzcos tejados de bálago, transportó camino del cielo las ya delgadas columnas de humo negro como la misma noche. Tan solo los atrevidos, como los grillos y las aves nocturnas, plantaban la nota musical a aquel lugar por donde parecía que hubiera pasado el mayor de los desastres. No obstante, si alguien echara una sincera mirada a los hogares derruidos, a los campos de cosecha calcinados, a los rastros de sangre que surcaban la tierra desde las calles hasta adentrarse en las maltrechas puertas, no le cabría duda de que realmente sí que había pasado por allí el mayor de los desastres. Y no solo eso; tampoco le cabría duda alguna de que ese desastre se habría tomado la libertad de detenerse un instante a disfrutar de la destrucción.

El llanto de una cría resonó tras el agujero abierto en el muro de una pequeña casa. Si alguien hubiera asomado la vista por aquel agujero, habría contemplado que la madre apenas le echó cuenta, pues se apostaba acurrucada y abrazando sus propias piernas en una esquina, rodeada de escombros y olor a carne quemada. Acariciaba algo que sobresalía de debajo de aquel montón de piedras y sangre seca. Su voz susurraba con cierto tono desquiciado, perdido de cordura y paz.

—De preocuparte no de has, amor mío —se dirigió a aquello que acariciaba con insistencia, a aquello cuyo cabello corto estaba impregnado de un rojo espeso y reseco—. Pronto allegará la guardia, los soldaos del nuestro rey, y te sacarán de ahí adebajo. Pronto. Y darán muerte a las muyeres esas que tan hecho esto. No desesperes. Aguanta un poquico más. —La bebé seguía inmersa en su llanto—. ¿No la oyes? La tuya hija te llama, te espera como yo. Tan solo un poco más. Aguanta un coquico más. Nuestra fe nos sacará de esta. —Ladeó la cabeza, medio cráneo asomaba por su cabellera quemada, desprovista de pelo y carne—. Ellas dijeron que nos castigaban por cree en los dioses nuestros. Que los dioses monstruos eran. Que no merecen de nuestra devoción. Pero yo sé no es así. Que su bendición nos salvará y to volverá a ser como era. Aguanta. Aguanta un poquitico más.

El suelo tembló por unas duras pisadas. Unas grandes, fuertes.

La mujer, con un aterrado respingo, abrió con desmesura aquellos ojos desquiciados y de escondió tras sus propias rodillas pegada al cuerpo sin vida de su marido. El llanto de la niña pareció calmarse con el zarandeo, y una enorme sombra se cernió sobre el hogar. El enorme hombre de rubia cresta y grandes aros dorados en las orejas, asomó por un corto instante la mirada al interior, volviendo enseguida a pasear la vista por el desolado lugar. Sus ojos de inhumano pudieron ver algunos fuegos extraños bagar por el terreno. Unos fuegos, de tenue fulgor turquesa que flotaban en el aire. Unos fuegos fatuos.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now