CAPÍTULO VIGESIMOSEGUNDO

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A la vista de que no todo en esta vida está en nuestras manos, habemos de contratar a los grupos que forman equipo con esos poderosos inhumanos para la protección del pueblo en las fiestas de difuntos. No se escatimará en gastos. Junto a la guardia, cada uno de los siete sectores de más afluencia de personas deberá estar controlado también por una de estas bandas. Nada detendrá nuestras ganas de vivir, y mucho menos esas malditas brujas. Así pues, no pondremos fin a los festejos. Nunca han centrado sus ataques en la ciudad, ya que es bien sabido que buscan al gran Mago con vanos intentos, pues nadie puede hacerle frente. Tampoco ignoraremos el nuevo peligro que parece acechar nuestras tierras al norte, de lo que nos haremos cargo más pronto que tarde. Aun así, lamentando aquellos lejanos y aún indeterminados imprevistos, la capital no puede perder la fe en la vida. Disfrutad, pueblo mío. Y que la paz interior sea con vosotros.

Edicto real para los festejos de difuntos


***


La afilada hoja voló rauda en la noche, describiendo destellos a la luz de las altas hogueras.

Tiserisha inclinó a un lado la cabeza y, con un movimiento inusualmente veloz, agarró el cuchillo al vuelo sobre su hombro. Bufó furibunda.

—Lo sabía —mostró aún más los dientes aquel bello chico de cabello oscuro y despeinado—. Eres de las mías.

Ante aquellas palabras, tanto la esfinge como el cíclope lo miraron sin comprender.

—¡Que continúe la fiesta! —gritó, dando una vuelta sobre sus talones, encandilando con aquella sonrisa que robaba rubores—. ¡Aquí no pasa nada!

Y junto al sonido de la música que volvía a renacer poco a poco como un muerto viviente, el cuchillo silbó de vuelta, y el joven lo atrapó, no con menos dificultades que Tish.

—Uh, eres buena.

Con el bullicio ya reinstaurado en la plaza, se aproximó a los recién llegados y Yakull dio un paso interponiéndose entre ambos. El cíclope trató de plantarle cara, pero a pesar de su tamaño, tan solo llegaba a gruñirle a la altura del esternón, cosa que el gigante pareció ignorar por completo.

—Tranquilo grandullón —dijo el chico sin perder la confianza, refiriéndose después a su compañero—. Estoy seguro de que sería un espectáculo digno de ver, pero calma, Roca, estoy convencido de que nuestros invitados no vienen con bélicas intenciones.

—Eso depende de vosotros —gruñó la vampiresa tras el gigante.

—¡Y con agallas! —abrió los brazos en un gesto teatral, para terminar doblando la espalda en una reverencia—. Blade a tu servicio, ¿hermana? ¿prima? ¿tía?

Tiserisha guardó un momento de silencio, midiéndolo con la mirada. Aquellos ojos tan oscuros como su cabello. Los esculpidos pómulos ocultos bajo los tatuajes...

Y algo se encendió entre sus piernas.

El chico pareció percibirlo en el aire, y como algo que parecía no sucederle muy a menudo, fue él quien se ruborizó bajo la tinta negra.

Tish mató aquel sentimiento a palazos, a pedradas, y solo así logró articular sus siguientes palabras.

—Buscamos al Mago. Solo eso. No queremos problemas.

Blade volvió a mostrar aquellos colmillos lagos y perfectos, y con gesto rápido, agarró dos jarras de cerveza de alguien que pasaba por allí con una bandeja. Extendió el brazo por el costado de Yakull y le ofreció una a la chica.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora