CAPÍTULO TRIGESIMOQUINTO

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La Primera de los licántropos sintió cómo su cuerpo se sacudió con violencia. Cómo el aire quemaba en su garganta.

Los dedos de sus manos comenzaron a moverse como los de un marionetista, y comenzaron a cubrirse de un pelo rojizo y duro. Sus uñas, que ahora de uñas tenían más bien poco, tomaron longitudes, formas y filos aterradores, convirtiéndose en garras que infundían más miedo que respeto. Fue entonces cuando los oscuros ropajes de la chica comenzaron a desquebrajarse, a abrirse por todas partes. Su cuerpo comenzó a crecer, las rodillas, a doblarse de formas imposibles. Y fue entonces cuando emitió su primer aullido, pero de dolor, al crujir los huesos de sus piernas tomando formas inversas, cubriéndose también de aquel rojo pelaje.

Desgarrando ella misma la poca ropa que le pudiera quedar, alzó la testa al nublado cielo enseñando los dientes, abriendo la boca. Tiserisha pudo ver cómo su mentón se desfiguraba entre dolores y estertores. Cómo se alargaba mostrando arrugas en lo que terminó por tomar la forma de un hocico.

Y concluyendo al fin con semejante sufrimiento, la Primera de los licántropos sacó pecho y aulló, esta vez sí, de puro placer.

Tiserisha retrocedió un paso, miró el cuchillo medio enterrado en la tierra mojada. Pero luego no pudo evitar no perder de vista a la era su hermana convertida en aquella bestia.

Los pequeño y oscuros ojos de aquella mujer-lobo, que casi doblaba en tamaño al resto de su especie, se clavaron en ella como afiladas saetas, con una ira que rezumaba el odio más profundo jamás contemplado.

Tiserisha alzó las manos abiertas.

—Calma, hermana.

El golpe le llegó tan veloz que ni alguien tan rápida como ella pudo verlo. Sintió como su jubón se abría en el pecho por el zarpazo, haciéndola girar en el aire por la fuerza del impacto.

Cuando cayó al barro, se alzó sobre su rodilla, alerta, buscando a aquella bestia bajo la profusa lluvia. No fue difícil encontrarla. Seguida por todos aquellos licántropos que los rodeaban, la Primera emitió un aullido desgarrador alzándolo al cielo, que unido al del resto, sonó a algo que recordó a una melodía casi fúnebre.

—No me obligues a defenderme —susurró Tiserisha en una plegaria.

Aquella mujer-lobo, cuyo pelaje mojado era tan rojo que parecía estar bañada en sangre, se lazó de nuevo a por ella. Tish rodó a un lado, la bestia imparable surcó el aire a un palmo de ella, rozando sus garras los largos y cobrizos cabellos de la vampiresa. Cuando la bestia aterrizó, frenando su inercia y dejando aquellos tenebrosos surcos en la tierra, no dio tregua y volvió a lanzarse al ataque.

Tiserisha, llorando y harta ya de tanta necedad, gruñó entre dientes y, en vez de salir huyendo, se lanzó también buscando el enfrentamiento. Sintió cómo su piel se desgarraba junto a la sien, cómo su oreja diestra era cercenada y arrancada de su cabeza. Pero haciendo acopio de entereza, logró levantar un puño cerrado y cargado de peticiones. Peticiones de calma, de "hablemos como seres con raciocinio", de "quédate quieta de una puta vez".

Cuando el puño de la vampiresa alcanzó el hocico de su hermana, la sangre brotó de aquellas fauces junto con un enorme colmillo, varias muelas y un aullido de dolor. Si bien era cierto que aquella licántropo era más fuerte que Tish, nadie podía negar que la vampiresa era fuerte de cojones. Y que sabía pegar.

La mujer-lobo cayó convertida en un amasijo de brazos y patas, impregnando su rojo cuerpo de barro. Cuando logró incorporarse, bufó carcomida por la rabia, y se lanzó de nuevo a por ella, convertida en un borrón rojo que comenzó a golpear a Tiserisha desde todos los flacos.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now