CAPÍTULO TRIGESIMOPRIMERO

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Sí. El muy cabronazo me dijo que lo sabía. Le di una bofetada. Una que resonó en el pinar hasta sus confines. Y luego me lo follé. Tres veces. ¿Qué queréis que os diga? Soy una mujer complicada. Y entonces, nos encaminamos hacia aquella lejana montaña al norte. Aquella que se perdía entre un aro de nubes oscuras. Aquella de la que decían las leyendas que brotaban los cuervos cuando estallaban las guerras más sangrientas del mundo. Y así fue como comenzó el principio del final. El primer paso de cuando comencé a perder a todos cuantos quería. Maldito sea el día... Maldito sea.


***


Llegaron justo al amanecer.

La roca de las paredes era negra como la cromita, se alargaba hacia arriba como un muro sin final, perdiéndose en la altura. Casi podría pensarse que llegaba hasta las mismas estrellas. Pero las nubes, allá a lo alto, no permitían dilucidar semejante cuestión.

Tiserisha y Yakull alzaban la vista, pudiendo ver cómo de aquella pared negruzca no crecía planta o árbol alguno. Pareciera que la roca estaba más muerta que un fantasma. Y fue el grandullón quien alzó la mano para señalar.

—Allí, gran cueva.

Tiserisha, bajo las sombras de su capucha, afiló la mirada y asintió.

—Sí —dijo—. Parece que las leyendas de los cuervos vienen de quienes han podido divisar ese enorme agujero.

Y sí, las aves merodeaban el lugar, allá en la altura. Pero un experto en el tema no tardaría en darse cuenta de que más que cuervos, lo que sobrevolaba aquel bosque a lo lejos eran más bien buitres.

De aquel portento de la naturaleza que se alzaba por encima del resto de montañas que lo acompañaban, si una pudiera volar como aquellos buitres, vería que eran dos los ríos que nacían de sus entrañas, siendo dos cascadas las que brotaban de su interior. Uno más al este, y otra al oeste. Y precisamente los recién llegados arribaron bordeando las montañas más bajas por la cara poniente, siendo Blade quien alzó la voz al encontrar lo que esperaban que fuese una entrada.

—¿Lo oís? —dijo lanzándose a la carrera, perdiéndose entre la foresta—. ¡Por aquí!

Tras dejar atrás un bosque de eucaliptos, dieron con una de las imponentes cascadas del Monte del Cuervo, la que servía de nacimiento al poderoso río Da. Las partículas de agua flotaban en el ambiente enloquecidas, el sonido del torrente al caer, atronador. Tiserisha sintió el frío y la humedad acariciando su rostro. Su rojo cabello sacudido al viento. Se aproximaron al poderoso caudal del río.

—Increíble... —balbució.

—No gustar este sitio —dijo el gigante frunciendo el ceño.

Tish buscó al chico, que no daba señales de vida.

—No te preocupes, Yakull. Todo saldrá bien.

«Todo saldrá bien —se repitió para sus adentros—. Nuestro vínculo es ya muy poderoso, grandullón. Te convertiré en una máquina de matar, y lucharemos juntos. No lo dudes. He esperado este momento cada día de mi existencia desde que ese hijo de puta me abandonara, y por fin, voy a volver a tenerlo delante. Voy a poder restregar su cara contra el suelo cuando le venzamos. Ni siquiera ese cabrón de Akiyama podrá contra nosotros».

Afiló la mirada al ver algo extraño junto al enorme río, casi acariciando la cascada. La piedra, tan negra como la noche, pareció ondular como si del agua de un estanque atravesada por una pedrada se tratase. Y de ella, con el rostro iluminado por la sorpresa, surgió Blade buscándolos, nervioso. Corrió hacia ellos.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora