CAPÍTULO TRIGESIMONOVENO

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—¡Os voy a matar a todos! —bramó Thiago con voz rota, desquebrajada como su propia alma.

Soltó a su querida hermana sobre la tierra y, al preludio del alba, empuñó cuantos cuchillos le quedaban y se lanzó sobre el bastardo que le había arrebatado a quien más amaba en este mundo.

—¡Detente, Thiago! —gritó Tiserisha, cuya voz debió de llevársela el viento, pues el chico vampiro no pareció escucharla.

Los aullidos llenaron el lugar y los hombres-lobo se lanzaron a por él. Pero Thiago, como un daemonio salido de los infiernos, comenzó a cercenar, a segar, a manchar la tierra de sangre a su paso, a arrebatarle a la misma Muerte la potestad sobre la vida de aquellos que cometían el error de cruzarse en su camino.

Hasta que una garra lo alcanzó en el hombro, haciéndolo girar en el aire convertido en una fuerte carmesí.

—No —exhaló Tiserisha que, impotente ante el arrebato de su hijo, no supo reaccionar ante la ingente cantidad de bestias que se le echaron encima.

Eran demasiados, y el amanecer ya estaba allí, dando avisos de que le tocaba entrar en escena.

Los inhumanos la tiraron a tierra con un placaje masivo, haciendo crujir sus huesos, agarrándola de brazos y piernas. Tish ni siquiera forcejeó. Miró como levantaban a Thiago de una pierna, sangrante, débil ya por los rayos de sol.

El chico gimoteó.

—Lucía... 

De entre el centenar de mediolobos surgió la enorme figura de Agkana, que pisó la tierra junto al prisionero, y miró con el mayor de los desprecios a la prisionera.

—Ya te advertí de que era mejor que muriese cuanto antes —dijo Blade a la espalda de la líder de los licántropos.

El golpe que no vio venir hacia su estómago, lo dejó doblado, sin respiración. Vomitó todo cuanto hubiera comido aquella noche, cayendo de rodillas sobre la tierra.

—Estoy harta de vosotros, murciélagos —gruñó la Primera de los mediolobo—. Y creo que ha quedado claro que la tregua se ha acabado. Hoy, aquí, acabaré lo que debió acabar en manos de mi padre.

De nuevo aquellos aullidos, y de nuevo aquel nudo en el estómago de Tish.

Pudo ver cómo aquella enorme licántropo se situaba junto a Thiago, cómo lo miraba y le dedicaba después una burda mirada a ella.

—No... —masculló Tiserisha sintiendo el peso de una docena de inhumanos encima.

Agkana ladeó la cabeza, el brillo en sus fríos y azulinos ojos era aterrador. Hablaba de venganza, de rencor, de supremacía genealógica.

—Muchos de los míos han abandonado este mundo para irse al otro, sin necesidad. Sin el honor de que los matasen de frente, luchando.

Su garra cortó el aire con violencia. La sangre manó y el cuerpo de Thiago cayó al suelo con un aullido de dolor. El hombre-lobo que aún sostenía su pierna cortada, la estudió con ojo crítico, la lanzó al abismo que daba al gran río del Quebranto, y volvió a levantarlo de la otra pierna.

La sangre brotaba con cada latido de corazón, impregnando al chico hasta la cabeza, introduciéndose por su propia nariz, ahogándolo.

—No... —sollozó Tiserisha, arrugado el rostro de cuanto le dolía el alma al ver a su hijo así.

—Y todo ello —prosiguió Agkana— tras invadir mi hogar. No solo rompiendo una tregua que os concedimos. Sino arrebatándonos algo que nos pertenece por derecho; tu vida.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now